Que parezca un accidente
Que parezca un accidente, fatídicas palabras que cualquier conocedor y amante del séptimo arte asocia con el mejor cine negro son las que debió balbucear, o al menos intuir Gerardo Herrero cuando leyó el guión de Fernando Castets y Guillermo de la Guardia. Muy osado por nuestra parte sería ya el intentar adivinar lo que pasó por las mentes de Federico Luppi, Carmen Maura o José Luis García Pérez cuando leyeron el libreto.
Porque si no, no hay nada que explique y mucho menos justifique que un cineasta del oficio de Gerardo Herrero haya podido realizar ese despropósito de película titulado Que Parezca un Accidente. No sólo es que el guión sea verdaderamente pésimo, es que la propia dirección de Herrero y las interpretaciones de grandes como Luppi o Maura dejan bastante que desear. Únicamente José Luis García Pérez, riéndose totalmente de su personaje, consigue mantenerse a flote ante el descalabro general. Es poco menos que sorprendente que Gerardo Herrero, director caracterizado por cuidar y mimar todos sus largometrajes, sea capaz de ofrecer planos tan lamentables como esos en los que Luppi simula tirar a un hombre desde una gran altura… ¡cuando se está viendo que el suelo tras la barandilla sólo está a un par de metros! La fotografía y el montaje no le van a la zaga. ¿Por qué hay que contar cada historia de forma independiente y no de forma conjunta desde el principio? Pero una vez más, los males fundamentales del film residen en un guión espantoso, que desarrolla de una forma simple y vulgar dos ideas que podían haber dado un gran juego cómico. El colmo es el pretendido homenaje que hace el personaje de Luppi al Jules de Pulp Fiction, sólo que en vez de recitar un pasaje de la Biblia (Ezequiel, 25:17), pregunta por el verdadero asesino de Kenneddy.
Que Parezca un Accidente es una película tan mal concebida y realizada por un cineasta del oficio de Gerardo Herrero que sólo puede ser, forzosamente, un accidente.