Una novia para dos
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. En Hollywood no deben conocer este castizo refrán porque si no hay ciertas cosas que no se explican. Lo cierto es que si los altos dirigentes de los estudios hicieran más caso al refranero popular, muy probablemente veríamos elevado el nivel medio de las producciones más comerciales que hemos de sufrir semanalmente.
Toda esta pequeña descarga de ira furibunda hacia los responsables de la más importante cinematografía mundial viene dada a raíz del estreno de Una Novia Para Dos, una comedia romántica que en un intento pueril ha sido disfrazada de comedia zafia, vulgar y grosera. El resultado es el mismo que el que puede esperarse de cualquier experimento realizado por un científico loco en cualquier producción de serie Z: el fracaso y el caos más absoluto. Con este film, Howard Deutch marca un nuevo hito cinematográfico que será difícilmente superable: el combinar los peores elementos de dos tipos de comedia que ya de por sí suelen ser bastante repulsivas. Consecuencia de ello es que el espectador será atormentado con un engendro de proporciones inimaginables que hará que cualquier buen amante del cine se acurruque en el rincón más cercano totalmente enajenado o emocionalmente descompuesto. Lo único medianamente digerible de tal monstruosidad es un desatado y divertidísimo Alec Baldwin que pese al personaje que le ha caído en gracia, es capaz de transmitir algo de entereza en cada una de sus apariciones.
Una Novia Para Dos es un híbrido entre comedia romántica y comedia vulgar y grosera que aúna en sí misma las peores cualidades y defectos de ambos subgéneros. Quien creyera que el cine comercial americano había tocado fondo, estaba, desgraciadamente, muy equivocado.