El patio de mi cárcel
El temor al topicazo carcelero, a un modo estandarizado de mostrar la privación de libertad, me estreñía las ganas de ver esta pequeña película. Lo digo en pretérito porque al fin he podido desatar íntimas querencias por el cine nacional y disfrutarla. Aludo a lo del tamaño no con rebaba crítica, sino para constatar la grandeza de esas obras inyectadas de honradez. Son esas películas modestas, acomodadas a un presupuesto parco y levantada con el chorro talentoso de su reparto, en este caso brillantemente femenino. Belén Macías recibe la protección de El Deseo de Almodóvar en su primer abordaje como cineasta, y se nota.La influencia la filtra un argumento amenazado por los perfiles del melodrama. Ya conocemos el primer imaginario almodovariano, ese terreno plagado de seres marginales que logró dibujar un rostro delirante de nuestra sociedad, en la infancia de su democracia. Personajes que caían seducidos por todos los abismos de la vida, y que el manchego puntuaba de humor gamberro, insobornable. De hecho sitúa Macías la acción en la década de la heroína, una cárcel para mujeres como escenario de esta tragicomedia coral, eficaz pildorazo de ternura que, sin ser brillante, logra conmover (qué palabra, la amo).




Bajo la esquemática colisión entre internas y funcionarias observamos un cuestionamiento de la rigidez en métodos y condiciones del nuestro régimen penitenciario -el de los lejanos 80-, aunque no es el leit motiv de la función. Sin brillos ni excelencias visuales se va trazando la red afectiva entre reclusas en paralelo a sus vis a vis con familiares, las visitas de la realidad que las excluye. Cierto que no se presta igual relevancia a todas las mujeres, pero al final queda claro el pedazo de felicidad que encuentran mediante la expresión artística. Las ingenuas obras teatrales comprimen sueños de una falsa libertad, el reducto de autonomía negada cuando realmente se es libre. Es en estos bloques donde la grotesca sombra de tragedia deja de amenazar, son las pinceladas coloristas tiñendo un paisaje en el fondo desolador. Al mismo tiempo permiten salvar un guión de poco riesgo, tal vez algo complaciente en su variado mosaico de féminas -los hombres carecen de peso dramático-. El espejismo de comicidad es breve, ya que un contundente broche -no por predecible menos triste- nos recuerda que la puta vida se impone.

Lo mejor: Verónica Echegui. Candela Peña. Ana Wagener. La falta de pretensiones.
Lo peor: Las concesiones al melodrama. El previsible final.