RÍo rojo
Red River es una historia de itinerario y aprendizaje, con dos personajes principales: Tom Dunson, encarnado por John Wayne, papel que le convirtió en estrella (“ese hijo de puta sabe actuar” dijo John Ford al ver esta cinta), y su hijo adoptivo, Matt (Montgomery Clift, debutando). Juntos emprenden un largo viaje con miles de cabezas de ganado; a lo largo de esta trayectoria el carácter de Tom se va agriando y el enfrentamiento entre ambos parece inevitable.Aunque el proyecto inicial se presentaba de muy buen cariz –entre otras cosas la historia original era también del guionista Borden Chase (The Chisholm Trail, publicada en el Saturday Evening Post)- lo cierto es que sacar adelante la película no fue tarea fácil. No sólo por el rodaje en exteriores que tanto temían los productores; ni por el carácter antagónico de los actores -Wayne y Clift acordaron no hablar de política durante el rodaje para suavizar el ambiente-; ni siquiera la casi extinción de las famosas reses de “cuerno largo”, protagonistas del filme, fue un impedimento insalvable, ya que mezclaron –y colocaron estratégicamente- las pocas docenas que quedaban con vacas de otra raza, de tal forma que el resultado final fuera el deseado.

Lo peor fue el enfrentamiento entre Borden Chase y el director-productor Howard Hawks: Chase quería un final diferente para la historia y más protagonismo para el personaje del pistolero encarnado por John Ireland; aquel que pronunciara una de las frases más celebres de la historia del cine, cuando compara su revolver con el de Matt: “Sólo hay dos cosas más bonitas que un arma: un reloj suizo y una mujer. ¿Ha tenido alguna vez un reloj suizo?”.
Pero Hawks era mucho Hawks. El gran cineasta participaba tanto o más en los guiones que los propios escritores hasta conseguir hacer suya la historia. La contaba resaltando sus temas preferidos gracias a un tratamiento peculiar de los personajes; “sus” personajes. Las discrepancias fueron tantas y tan importantes que Borden Chase figura en los créditos de Río Rojo gracias a la intercesión del sindicato de guionistas.
La complejidad de su realización se vio recompensada por el resultado final: Río Rojo, actualmente, es considerada de forma unánime como una de las obras maestras de Howard Hawks. Lo es gracias a la aparición de muchos de los elementos que definen su cine: los imperceptibles movimientos de cámara, sólo manifiestos cuando la situación lo requiere, lo que les proporciona mayor expresividad; el retrato de hombres con un objetivo común y enfrentados a las mismas dudas y peligros; su forma de presentarlos en pantalla: de día, con rodajes de exteriores luminosos, propios del mejor documental; de noche, en decorados donde se confiesan unos con otros.

Entre ellos el duro protagonista (Wayne), el héroe hawksiano por excelencia. Egocéntrico, sólo preocupado por su ganado, evitando comprometerse emocionalmente y huyendo de las muestras explícitas de afecto; parece que estamos retratando a Bogart en Tener y no tener (To have and have not, 1944) o a Cary Grant en Sólo los ángeles tienen alas (Only angels have wings, 1939). Sólo la intervención de una mujer consigue cambiarle el carácter. Aquí es Joanne Dru la que suaviza a Dunson, como Lauren Bacall o Jean Arthur hicieran en las películas citadas anteriormente.
Pero lo que realmente da un giro a la historia -lo que sin duda se tuvo en cuenta para nominar el guión a los oscar de Hollywood-es la subtrama amorosa insertada habilmente en la acción principal. Es una parte importante del guión que sale a relucir cuando Borden Chase acude a la presencia recurrente de un brazalete. El preciado objeto cambia continuamente de manos, siempre con el mismo motivo: como recuerdo de un amor que finalmente no pudo ser. Dicen que ese es el amor más puro; eso es lo que parece que Borden Chase opinaba. Puede que tuviera razón.