Santos
El rodaje y postproducción de Santos ha sido una epopeya épica de tal magnitud -problemas legales incluidos-, que no es de extrañar que Nicolás López esté preparando una película inspirada en todas las vivencias que soportó para llevar a buen puerto su obra. Porque no hay certeza más absoluta que aquella máxima que asegura que la realidad supera a la ficción.
Más cercana al cine fantástico y de aventuras que a la comedia -a pesar de las pintas y los dejes de Javier Gutiérrez y Guillermo Toledo- se presenta Santos, un auténtico batiburrillo cinematográfico tan extravagante como su propio director. Nicolás López propone al espectador un viaje a su muy particular universo que no dejará indiferente a nadie. La propuesta del cineasta chileno es bastante honesta, y quien acuda a verla ya sabe lo que se va a encontrar -y no, no sólo hablamos de la esplendorosa Elsa Pataky, pillines-. Quien conecte con la visión de Nicolás López disfrutará horrores en el cine, mientras que todos aquellos a los que el universo de los Santos, híbridos, cometas y demás delirios fantasiosos surgidos de la imaginación de López, les parezca algo absurdo y sin interés, sufrirán un tedioso tormento. El principal fallo de Santos -sin mencionar la estomagante historia de amor- reside en no haber potenciado sus elementos de auto parodia al máximo. Hasta que entra en escena Guillermo Toledo -sin duda, lo mejor de la función-, la película se hace poco menos que inaguantable. A partir de entonces, el film avanza como cualquier cinta de superhéroes: sin sorpresas ni gota alguna de originalidad en cuanto al desarrollo narrativo de la trama se refiere. De lo poco bueno que se puede rescatar es lo bien realizada que está la cinta a nivel técnico y el trabajo de Toledo y Sbaraglia.
Santos es una película de marcados contrastes -entusiasmará a unos y horrorizará a otros- que habría ganado muchísimo suavizando su lamentable historia de amor y potenciando los elementos cómicos frente a los fantásticos.