El Orfanato
“Y la tarde cayó sobre mí; y vino la oscuridad…” La extraña belleza lúgubre y malsana del primer plano de la película en el que unos niños juegan al un, dos, tres, pica pared hacía presagiar una grata sorpresa dentro del género de terror. Pero que si quieres arroz, Catalina. Sólo ese inicio siniestro y la vuelta al juego del pica pared en la que desde ya es una de las escenas de terror más memorables y extasiantes de la historia del cine – a la altura de la aparición de las gemelas en El resplandor gracias a la genial puesta en escena de Bayona – salvan el desastre que es El orfanato.
Desastre y dicho con mala baba por lo que pude ser y no fue, por un guión pastiche lleno de clichés de malas películas – ya que copias, copia a las buenas, ¿no? –; por una pomposidad artificial e ingenua en la producción, dirección y montaje que roban todo atisbo de credibilidad y de identificación; por ser tan edulcorada que pringa – ¿por qué de repente se ponen a tocar el piano y se sonríen? -; por esos sustos bobos, gratuitos y manipuladores con subida de volumen incluida para romper tímpanos al más puro estilo Scream.
El orfanato es una cuestión de fe, fe en que el espectador es idiota y traga con todo: personajes fantoches que sonrojan, videntes de pacotilla que alargan la película convirtiéndola en un circo, secuencias sacadas de la manga para que todo cuadre – el atropello de la vieja – o directamente ilógicas – el abandono final del marido.
Los toques sobresalientes – la historia de venganza de la vieja cateta con tintes de España profunda, las dos tramas que giran entorno a madres e hijos o el polvo de cadáveres como maquillaje – quedan en suspenso. Cuando la grandiosidad se come a la sencillez hundes la película. No hay tosquedad ni feísmo y en el terror la arruga es bella. Como las magníficas Session 9 o Tesis, El orfanato demanda un Seiscientos no un Ferrari. Si Spielberg es el referente, hay que aprender del bueno, del de la simpleza de Tiburón o del de la impotencia de Dreyfuss – en forma de espuma de jabón – en Encuentros en la tercera fase.
En El orfanato todo es mecánico y artificial; hasta el terror. El horror verdadero destruye los mecanismos, escapa a nuestra comprensión, por eso es horrible. Lo inabarcable resulta aterrador y desborda la mente humana. En El círculo el engendro sale de la tele destrozando toda lógica, en Memories of murder nos invade la desazón por el fracaso de nuestra inteligencia, en El resplandor el no por mucho madrugar amanece más temprano vuelve loco a Nicholson y a todos nosotros, en Los sin nombre el abismo no tiene fondo… pero la oscuridad asoma con cuenta gotas en El orfanato.“…duró y se fue, y amaneció el nuevo día”.