El espía

Dios, que a veces se disfrazaba de Hitchcock para dirigir películas, llegó a la cumbre del cine en 1959 en Con la muerte en los talones.

El cine de Hitchcock con sus mcguffins de espías – Bond a su lado es un somnífero – era una gozada del primer al último minuto; los personajes maravillosos y la ironía dramática te agarraban fuerte por los huevos y ya no te soltaban hasta el final de la película. Pasan los años pero por suerte la sombra oronda hitchcockniana es alargada, la trilogía de Bourne – maravillosas las tres, pero sublime la tercera, El ultimátum de Bourne – es puro Hitchcock del siglo XXI.

Sin embargo los espías de El espía son fríos, inalcanzables y lejanos, y esta falta de feeling es una cuerda que aprieta fuerte hasta ahorcar finalmente en el desenlace del film.

Un alto cargo del F.B.I. – el excelente Chris Cooper -, fundamentalista y patriota conservador, ofrece dudas sobre su integridad y es investigado por un joven con ambiciones – el soso Ryan Phillippe -. Pronto se descubre que no es oro todo lo que reluce.Lo más destacable de El espía es que se trata de una película pequeña que discute sobre las ambiciones y la doble moral. Sin embargo ni guionistas ni director saben adónde quieren llegar y se muestran impotentes en la generación del crescendo y en dotar de intriga e interés un relato que nace moribundo y fallece en medio del segundo acto.

El espía, primera consecuencia del terremoto que significó La vida de los otros, está como aquélla en las antípodas de Bourne. De ritmo pausado, apuesta sus bazas a la búsqueda del realismo (la película está basada en hechos reales) y de la sencillez, un acierto desde luego; pero allí donde la película alemana triunfaba – 1) una presentación de personajes arrebatadora y 2) una gran primera hora de película (que a pesar de la buena voluntad y las ganas del espectador se va diluyendo como un azucarillo) – El espía fracasa por culpa de esa distancia abismal entre los personajes principales y el espectador.

En el clímax – momento de máxima tensión que dirime el conflicto del protagonista –  de El espía se llega a tal punto de insipidez y de conformismo que da lo mismo que el susodicho espía sea inocente, culpable o se arranque por sevillanas vestido de lagarterana.

Sin un protagonista que enganche, la otra gran baza de las películas de espías, las tramas enrevesadas liadas como una madeja, aquí son un dulce de caramelo, no hay ecuación matemática ni laberinto, sólo un uno más uno sin sorpresas.

¿Dónde están esos grandes personajes que creaban los clásicos? ¿dónde esas historias que seducían y enganchaban?… como dijo Bogart, siempre nos quedará París… y Casablanca.
publicado por Francisco Menchón el 8 octubre, 2008

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