Monstruoso
Tras la II Guerra Mundial y el horror de Hiroshima y Nagasaki las salas de cine japonesas se inundaron de Godzillas, Fedoras, Mothras, Guidoras y Gameras, monstruos abominables y grotescos surgidos del pánico atómico.
Estados Unidos sólo tenía a King Kong así que en los noventa reinventaron al Godzilla americano con un monstruo infantil y palomitero que era como Seagal en un momento Hyde pateando Nueva York.
El monstruo de Monstruoso tiene algo de esos gigantes japoneses pero se parece más aún al espectro que surge del pozo de The ring por lo inabarcable, por escapar a toda lógica que le busquemos, consiguiendo así nuestra derrota psicológica.
Hay películas de monstruos que generan un terror racional implicatorio que culpabiliza al hombre por sus excesos como Parque Jurásico, La invasión de los ladrones de cuerpos, La mosca o The Host – tan incomprendida como magnífica película coreana que hacía crecer el odio en un bicho frankensteiniano creado por la necedad humana y que surgía del río para ajustar las cuentas y castigar burocracias -, también Desaparecido con el monstruo Pinochet – donde un caballo blanco galopaba sin jinete simbolizando la libertad que huía de Chile – y Kamchatka con el monstruo Videla; y películas de monstruos invulnerables que escapan a la razón como Monstruoso, The ring, La profecía, Alien o Tiburón.El terror no avisa, el terror irrumpe, caotiza y derrumba el alma. La carroza de caballos – metáfora sublime pero también copia exacta de la de San Francisco, aquella película con terremoto que sacudía la ciudad y el corazón de Clark Gable – que cabalga perdida sin cochero es el absurdo, consecuencia de lo inesperado y golpe al subconsciente por el paso de un cosmos – cotidiano, conocido y controlable – a un caos intangible, inabarcable y desconcertante. Monstruoso es puro 11-S, 11-M y tsunami asiático.
Es ese “deja vu” de horror cercano – el primer temblor durante la fiesta de despedida -, de sentir la fragilidad humana y el estupor de los que debieron pasar por algo así, lo mejor de la película. La cámara en mano y el formato de video casero crean esa proximidad deseada.
Pero lo más bello, lo que a intervalos roza el alma no es la némesis que todo lo destruye sino su opuesto – el negativo de la fotografía – ese día celestial, el mejor día en la vida de dos personas que permanecía guardado en la misma cinta que el verdadero monstruo, el de lo efímero, va tragándose, borrándolo hasta el olvido. Sombría poética de la fragilidad.