Match point
A Match Point la calificaría de película circular. Entiendo por circular aquella que ata los cabos que quedan sueltos en el arranque; aquella que dispone de un guión que se realimenta, que transcurre con un largo flashback apenas imperceptible, pero que responde a las preguntas que el director formula al espectador: ¿el azar es la principal ley del Universo? Es decir ¿todo lo que ocurre no obedece a ninguna norma? ¿Nada está preestablecido? Una escena al comienzo y otra en el último cuarto nos da la respuesta. Mi memoria cinéfila siempre alerta, siempre crítica, pues se empeña en quitar méritos a secuencias memorables, volvió a jugarme una mala pasada. Ese plano, el del último cuarto (el que haya visto el filme sabrá a que me refiero) es primo hermano de aquel sobresaliente de De Palma en Carlito’s Way. Y no digo más para no desvelar nada.El que acuda a ver el largometraje con el equipaje típico de seguidor de Allen, es decir, con la comedia; con las opiniones sobre la iglesia, la muerte y los intelectuales; con el psicoanálisis y la neurosis; aquel que acuda con todo esto, que lo deje en su casa. Woody Allen sorprende con un filme distinto, un drama con una estética curiosa: la acción se desarrolla en Londres, en la época actual, pero el “tono” del largometraje es, digamos victoriano o, como mucho, de los años 20. Es una estética propia de un James Ivory, de hecho su Habitación con vistas está muy presente en algunas escenas.
Si bien es cierto que, buceando en el metraje, podemos encontrar rasgos allenianos muy característicos: así un personaje no atina a montar una escopeta de caza en un momento crucial, o se encuentra con alguien inesperado cuando está persiguiendo a otra persona. También algunos comentarios en off nos recuerdan que estamos viendo una película del creador de Manhattan; y tampoco falta el guiño cinéfilo (lo que disfruté viendo resaltada mi querida Diarios de motocicleta). Y, por último, la cinta contiene algunos puntos en común con su obra maestra Delitos y Faltas.
Woody Allen acierta con el casting. Los actores dan vida a unos personajes que no pueden ser más ingleses. Desde el niño-rico-pedante hasta el policía británico con cara de pájaro, todos están perfectos. Y además son el contrapunto ideal para el primer gran giro de la película (hay varios), y me refiero a la aparición de Scarlett Johanson. Una americana en Londres. Una llamarada de fuego entre la lluvia. Un volcán en continua erupción. Un motivo para el posterior desarrollo de la cinta.
El único “pero”, por poner alguno, es el actor protagonista. Aquí de nuevo la culpa de que me parezca poco adecuado es mi atormentada cinefília. Y es que algo de la trama me recuerda a Un lugar en el sol (A Place in the Sun, 1951). Allí el protagonista era un excelente Monty Clift, muy conveniente para la trama y muy bien dirigido por el “gigante” George Stevens.
En resumen, grande, muy grande esta película, de uno de los más grandes genios que ha dado el cine.