Demons
A veces el camino que recorre la distancia que separa la subcultura de la expresión canónica en cualquier género o estilo es un punto de inflexión para observar hacia las dos direcciones, precisamente por su brevedad y la relativa distinción entre el estilismo que finalmente siempre posee la contundencia de lo bello, y la chapucería que identificamos en ciertos objetos viscerales (el efectismo del cartón, el plástico y la hemoglobina como materia prima visual) que inundan la pantalla y componen la Imagen de la degeneración humana descrita a partir de la deformación o descomposición del cuerpo físico. En los rincones casi olvidados del cine gore podemos recuperar la mayor bizarría que corresponde al corpus de la gran iconografía zombi, de la cual el arte cinematográfico ha sido un medio ideal por la facilidad con la que conjuga el espectáculo y el juego de sombras que despierta en nuestro subconsciente. Como en esta película de Lamberto Bava, los espectadores pueden reír y sentir miedo, y en todo caso la hilaridad permanece como una inevitable actitud de regocijo en la butaca propia para contemplar cine dentro del cine en virtud del puro placer de mirar y compartir escalofríos y risas.Además (y más allá) de su planicie, la parodia posee la estructura del viaje, conducido en la muchacha protagonista de las secuencias que marcan el final y el inicio del relato, empezando en el interior del metro y concluyendo con su zombi cadavérico abandonado en una carretera que prolonga la huida hacia ningún norte. Los pasadizos del metro, las calles de una ciudad vespertina, la aproximación y penetración en un viejo cine mediante contrapicados – realizados mediante fotografía tenebrista – que subrayan los paralelismos con el patrón clásico; el exterior del cine Metropol recuerda la sombría majestuosidad de una mansión gótica encantada, las ruinas del pasado gótico (en la literatura clásica y el cine de terror que en ella se ha inspirado) levantadas ahora al servicio de la era ciberpunk . Después de la proyección, la salida hacia las calles de la nocturnidad en vehículos incendiados y criminalidad desenfrenada. Estructura lineal al servicio, pues, de una expresión microapocalíptica que parte de lo cotidiano y construye su vigor en el interior de una sala de cine para hacer surgir el horror desde la misma pantalla que contemplamos. A partir de ese punto, el relato recurre al esquema y al estiramiento, planteando las situaciones menos ingeniosas y más gratuitas que salen reforzadas por un decorado extrañamente eficaz . Los arquitectura interior del viejo cine es un chocante universo gótico que en cierta forma se hace compatible con la estética y el estilismo Punk y la emulsión teenager que predomina en toda la secuencia, animada por la sonoridad del heavy-metal como idóneo identificador de sus pretensiones desprovistas de conceptualidad. Demoni es entender el medio como pura expresividad de imagen y sonidos.
Ante todo, un festival salvaje y libérrimo y homenaje sin complejos a los subterráneos del fetichismo de lo demoníaco y el culto a la violencia. La fotografía juega de forma inteligente con los tonos cromáticos y de ahí la efectiva construcción de una atmósfera de pesadilla. Y aquí nos topamos con un sincretismo estético que a todas luces rompe cualquier clasificación acomodaticia: hablamos de una pesadilla pop tanto como podríamos hablar de una pesadilla kafkiana. Por lo rudimentario de la técnica, parece una chapuza fotográfica. Pero volvamos a la cromática y al tenebrismo logrados combinando la luz roja de los focos (sin olvidar el telón rojo que refuerza la incertidumbre de algunas secuencias. ¿David Lynch?), los sombreados del fondo del plano, y los contraluces que en otros pasajes anuncian la presencia de los zombis. Una chapuza fascinante es la secuencia en la que los zombis ascienden desde el fondo de unas escaleras iluminadas por el contraluz, que hace todavía más impactante a la Imagen del fuego en los ojos de los endemoniados:

Esa es la mitad del camino que invita a encontrar un Canon que explique el talento efectuado en esta espontánea vigorosidad. Podemos seguir discutiendo sobre la garra estilística en lo casposo. Y sobre lo inerme en producciones pretendidamente merecedoras de ser consideradas “alta cultura”. La experiencia estética no clasifica la expresión ni debe jerarquizarla. Organiza los patrones según el estrato cultural abordado y valora una representación de la actividad psíquica humana, apegada a la realidad inmediata en unos casos, o a la mitológica, como en el caso que nos ocupa. En Demoni hay evidentes errores de montaje, y desaprovecha las posibilidades de la acción que propone al ser Lamberto Bava poco hábil en la visualización de ciertos pasajes frenéticos que se quedan en exposición de casquería sin el ritmo necesario. Prevalece, no obstante, la diversión del ejercicio libre, el festival claustrofóbico en el interior y la oscuridad de la sala de un cine entendida también como lugar de encuentro con los contornos del underground, mejor difundidos en la mitología esotérica escrita y en los sonidos de la era rock, pero que aquí tienen una síntesis coherente que funciona a un nivel esencial . La ínfula teen impregnada de ocultismo se desarrolla como una narración escuchada en un una noche de tormenta que reúne a un grupo de amigos en torno a la hoguera, en los rincones macilentos de una discoteca, evocación del morbo y la fascinación por el mal que esconde el ropaje humano.
Harán de los cementerios sus catedrales y de las ciudades vuestras tumbas., expresión certera de toda la exposición que vemos en pantalla desde un texto poético en dirección a la idea del apocalipsis bíblico, que aquí encierra una tumba de piedra, y una máscara de metal que representa el icono más conocido. El resto, rock y jolgorio.