Che El Argentino
Nunca me fascinó la fotografía del Che. Ni siquiera cuando los libros me contaron las razones del mito. Tenía un amigo que paseaba Córdoba con una camiseta negra en la que estaba la cara desafiante, la gorra calada y la barba desigual. Supongo que tampoco este amigo argumentaba el icono. Nadie le pidió explicaciones, pero de alguna forma todavía hoy (veinte años después) relaciono la figura de Ernesto Guevara con la involuntaria camiseta de mi amigo adolescente. Algo parecido me pasa con la película de Steven Soderbergh: que no consigo abstraer la contaminación de ese icono que se ha ido maleando, escorando de su apresto primitivo para convertirse en un fetiche pop, en (quizá) el fetiche pop por excelencia. Y la cinta, a pesar de su estimable vocación de tributo, no pasa de un documental al que desacredita la hagiografía del héroe de Sierra Maestra, del revolucionario idílico. Tal vez todos necesitemos una revolución, y el argentino en busca de ideales a los que entregar su fiereza moral y su firme voluntad de conducir a los pueblos oprimidos a cierto tipo de nirvana social (luego devenido falso o romántico en exceso) imanta esos deseos y los expulsa, amplificados, convertidos en pura fotogenia, en chapa en una chaqueta, en póster en una carpeta de apuntes de Filosofía. El pobre Che, el Comandante sacrificado por la Historia, terminó fragmentado en dos: el que practicó el marxismo y quiso que los pueblos gestionaran su propio destino y el que iluminó la vacuidad moral e intelectual de varias generaciones que se apropiaron de una imagen y la exhibieron como mercancia. Curioso que el Che Guevara, cruzado anticapitalista, haya entregado su rostro a un inabarcable negocio. Soderbergh, sobrio hasta el tedio, renuncia al colorido didáctico en el que caen otros biopics (pienso en la fallida, en el fondo, historia de El último rey de Escocia) y enfatiza lo prosaico, la sentimentalidad de un líder, su disciplina ética (censurable y encomiable al tiempo). Primera parte de un díptico, con Guerrilla finiquitándola, Che, el argentino abruma por lo aséptico de su discurso, por la obsesiva dependendecia de la palabra del biografiado, que navega el metraje como un texto interesante, en ocasiones, pero plúmbeo e irrelevante, en otras: llegó un momento en que me sentí abrumado por la repetición de situaciones, de modelos narrativos que sustentan una historia no muy sencilla de contar, pero que acaba por perderse en deshilachados flashbacks, en brumosos episodios que en poco benefician al soporte dramático de la historia, despeñada en una frialdad innecesaria. A mi amigo adolescente, perdido en el tiempo y en la cartografías de la memoria, igual le ha fascinado este prospecto sobre su camiseta. Si me lo encuentro, se la recomiendo enfáticamente. Por los viejos tiempos, camarada.Lo mejor: Benicio del Toro.
Lo peor: Sus texturas intercambiables, su frialdad, su poco apego a la hermosura de la historia.