Los que conocéis a Loach, ya sabéis de que palo juega la película, porque sabréis, tan bien como yo, que Loach construye sus películas con similar esquema en el que lo único que cambia es la historia y el tema a denunciar, pero la conclusión es siempre la misma. En este caso, como ya habéis comprobado, el tema es el trabajo y la inmigración.
Como vienen siendo habitual, actores desconocidos dan vida a personajes entrañables que luchan por sobrevivir en un mundo que no ha sido gentil con ellos. El director se mueve como pez en el agua en estos cauces, por ello tiene facilidad para contar la historia, para crear un ritmo templado, y para dejar hacer a los actores que la historia fluya a través de ellos sin ningun artificio. Igualmente, el guionista, siguiendo sus triquiñuelas habituales, forma una historia comprometida con la causa más actual, con los mas desfavorecidos y creando una película amable y entrañable, a la par que dura y explícita en su fondo.
Pero no nos engañemos, esta manera de hacer cine que Loach y Laverty han hecho suya, peca de conformidad por los cuatro costados. Como esa fórmula funciona bien, es mejor no abandonarla, y eso es lo peor de las películas de Loach, lo poco arriegadas a nivel formal que son, y lo poco arriesgados que son los guiones. Es una autocomplacencia que, a mi parecer, no debe sentar bien a nadie, apoltronarse en una forma y género de hacer cine, debe ser poco estimulante… pero ellos sabrán.
En definitiva, Ken Loach es el Woody Allen del cine social (salvando las muchas distancias, por supuesto), ya que todas sus películas siempre tienen unos mínimos que muy probablemente hagan que la película te guste, por muy mala que resulte dentro de la filmografía del director. Al igual que con Woody, una mala película de Ken Loach es mucho mejor que algunas películas que pululan por nuestra cartelera.