Otra obra con el brillo imperecedero e inagotable del “casi octogenario” maestro francés.
Una chica cortada en dos
Siempre es un lujo encontrarnos con otra pieza del maestro Chabrol. Uno de los cineastas más prolíficos y coherentes de la cinematografía francesa, regresa con otra pieza mayor que, para muchos, es una repetición constante de tics habituales de su cine. Chabrol se ha convertido, junto con Woody Allen, aunque con menos recurrencia al humor liso y llano, y mayor vuelo narrativo, en un agudo observador de la descomposición de la clase burguesa. Lo más seductor de su mirada, es el tono leve que impera en sus relatos, un tono que sobrevuela la supuesta vida superficial de los personajes, hasta comenzar a escudriñar de a poco en las enormes miserias que oculta cada uno de ellos. De esa manera, nos encontramos con una joven que se enamora perdidamente de un escritor mucho mayor que ella, que la “invita” a satisfacer ciertas perversiones. Claro que a estas perversiones nos acercamos a través de la cámara huidiza de Chabrol, que muestra poco e, inteligentemente, sugiere el resto. De ese modo, el amor se mezcla naturalmente con los más bajos instintos, y una mujer, aunque como el título indica, pueda estar cortada/dividida en dos, puede amar desesperadamente a quien más disfruta entregándola, y casarse con el más superficial, soberbio, y rico de los dos. Más allá de esa sutileza que permite que el cúmulo de miserias entrecruzadas se desarrollen con suma normalidad hasta terminar, irremediablemente, estallando, lo particular de esta puesta es la interesante construcción del personaje de Gabrielle. Como en las películas de Chabrol, cualquier pista puede dar pie a desprender el sentido de cada personaje, fácil sería esperar o suponer que Gabrielle sea una mujer que oculta sus intenciones detrás del maquillaje de la “chica-que-da-el-pronóstico-del-tiempo-en-el-noticiero”. Chabrol comienza a acercarse al personaje de Gabrielle desde el punto de vista de sus dos “amores”, para luego adentrarnos en ella, y descubrir que en su naturaleza no hay espacio para especulaciones e interés de ascenso social, simplemente hay una chica “dividida en dos”, como lo indica el título y su metafórica (bastante obvia aunque no por ello menos interesante) imagen cercana al final de la película. Y lo que encontramos finalmente es un film con el habitual regodeo en los diálogos de Chabrol, y la supuestamente superficial aunque más que compleja construcción narrativa, que en este caso termina disparando un crimen absolutamente previsible y nos permite conocer a un personaje femenino, magistralmente encarnado por la bellísima Ludivine Sagnier (más bella que nunca), más honesto y sensible que el grueso de los personajes chabrolianos, entremezclada en un mundo de personajes que no merecen su ingenuidad. Sencillamente, otra obra con el brillo imperecedero e inagotable del “casi octogenario” maestro francés.