La película acaba resultando bastante más entretenida que El Código DaVinci (el listón no estaba muy alto que digamos), a pesar de contarnos una historia mucho más estúpida.

★★☆☆☆ Mediocre

Ángeles y demonios

Verán, hubo un tiempo en que, en Hollywood, para hacer una película que funcionara bien en taquilla se necesitaba un buen guión. Hoy en día, al parecer, lo único que se necesita es un Best-Seller que haya vendido un huevo y medio de ejemplares, para asegurarse bien el tanto. Un nuevo ejemplo de ello, es: Angeles y demonios.

Vamos con la trama. La historia empieza con la muerte del Papa y el consabido proceso para encontrar su sustituto en el cargo, que pasa por el cónclave, el Camerlengo, la fumata blanca y demás parafernalia. Pero, resulta que, en pleno proceso, y ante la expectación de medio mundo por saber quien será el elegido, resulta que una secta conocida con el nombre de Illuminati (que al parecer están más cercanos a la ciencia que a lo divino) han puesto una bomba antimateria (si, si, como suena) en el mismísimo Vaticano, que detonará en un plazo de veinticuatro horas. Además, la gente ésta, como no tiene suficiente con lo de la bomba, ha secuestrado a los cuatro Cardenales que arrancaban primeros en las apuestas para convertirse en Papa y han amenazado con cargárselos uno a uno, cada hora, a partir de las ocho de la tarde (al parecer cargárselos con la bomba antimateria que habían colocado en el Vaticano no resultaba suficientemente plástico). Pero los Illuminati, que en el fondo no son tan malos, han ido dejando pistas para que la iglesia pueda dar con el paradero de los Cardenales secuestrados (no vaya a ser que su plan tenga éxito y consigan sus objetivos). Pues eso, que como la cosa está jodida, la Iglesia Católica tendrá que pedir ayuda a un especialista en simbología, con el que tuvieron algún que otro encontronazo en el pasado y que, como son las cosas, resulta que, además, es un experto en Illuminatis: Robert Langdon. ¿Les suena el nombre? Pues efectivamente, era el prota de El código DaVinci, que regresa en una nueva aventura aunque, gracias a Dios, en esta ocasión ha optado por arreglarse el pelo y alejarse de las horrorosas greñas que lucía en la anterior entrega. Amen.

Y, como todo vuelve, también vuelve el equipo que se encargó de El Código DaVinci, con el director Ron Howard a la cabeza, un tipo sin apenas personalidad en su dirección (pese a sus numerosos éxitos de taquilla) que, no obstante, el año pasado dirigió la muy interesante Frost contra Nixon. Además repite como protagonista el actor Tom Hanks (que anteriormente ya había trabajado en varias ocasiones a las órdenes de Ron Howard), aunque, en esta ocasión, le han cambiado la partenere femenina, pasando de Audrey Tatou a Ayelet Zurer (ni idea, al parecer aparecía brevemente en Munich, pero poco más se de ella). Sin duda alguna el bueno de Tom ha perdido con el cambio. Además, añadan un actor de renombre más en el reparto, pues en el papel de Camerlengo (el que encierra a los Cardenales para que debatan sobre quien será el nuevo Papa) encontramos a Ewan McGregor, quien, a pesar de haber intervenido en numerosas películas, todos le recordamos por ser el yonki de Trainspotting y el Obi Wan de la nueva trilogía galáctica.

Bien, a continuación, si me permiten, empezaré contando las virtudes de la película: no me dormí. Y no lo hice porque la peli tiene un ritmo bastante alto, a pesar de sus más de dos horas de duración, en la que se van encadenando las situaciones límite, contadas con el, habitual, toque impersonal de Ron Howard, donde, al igual que su antecesora, invierten las tornas y convierten en héroe a un erudito sabelotodo en lugar de al típico hombre/músculo que nos tienen acostumbrados. Comparándola con El Código DaVinci, se podría decir que Ángeles y demonios es mejor película, pero con un peor guión. Y es, justamente aquí, donde voy a empezar mi, elaborado, proceso de rajada: la peli es una mierda. Si amigos, y lo es porque la trama es muy mala y no se sostiene por ningún lado, construida sobre el típico: prota tiene que ir pista tras pista hasta encontrar su objetivo final, aunque, en esta entrega, algunas de las deducciones, de Robert Langdon, no se pueden coger ni con pinzas (vaya, la mano de esa escultura señala hacia el Oeste, umm, seguro que la siguiente pista se encuentra en esa dirección… to-ca-me-la). Y luego está lo del malo, que no es que se vea venir a la legua de quien se trata, no, que va, lo que pasa es que sólo le falta llevar un cartelito colgando del cuello que diga: “soy el malo de la función” para lograr que todavía nos quede más claro. Además, algunas de las situaciones resultan irrisorias (¿una bomba antimateria en el Vaticano? ¿Y porque no una bomba atómica?¿Y porque no una morsa radioactiva?¿Y porque no un Predator?) y, confieso, que en algún momento de los llamados “de máxima tensión” se me escapó alguna risa maliciosa.

Resumiendo: La película acaba resultando bastante más entretenida que El Código DaVinci (el listón no estaba muy alto que digamos), a pesar de contarnos una historia mucho más estúpida.

Lo mejor: Su ritmo
Lo peor: Las chorradas que nos están contando
publicado por Jefe Dreyfus el 9 julio, 2009

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