Ocho y medio
Por tradición, y al ser deudora de las innumerables influencias que a posteriori ha generado en cineastas y formalismos varios, la elevaron a la posición de obra cumbre del cineasta que convirtió el recuerdo en Imagen de sí mismo en un sentido psicoanalítico, o de intento de representar las profundidades de la conciencia, la conciencia que acumula el registro vital y lo traduce en imágenes oníricas, sensaciones sometidas a la percepción de un carácter singular. Ocho y medio reivindicaba el arte para hablar del artista y, desde la presente perspectiva, en 1963 la cinematografía halló la posibilidad de referirse al cine como un medio de expresión que invisibiliza la distinción entre obra y creador; lo único que existe es una onda expresiva de recuerdos en forma de rostros, lugares, pensamientos y dudas en torno a la existencia del artista y sus dilemas cuando se enfrenta a la vida conyugal, al proceso creativo, a los medios y al público que espera al otro lado del escenario.El carrusel de Imágenes, costumbristas, circenses, evocadoras de la infancia y las heridas que nunca curan, situadas en torno a Guido (Marcello Mastroianni), el elemento central y alter ego de Federico Fellini en su posición de cineasta que bucea en las posibilidades del lenguaje en su vertiente técnica y figurativa. A nivel técnico, la espléndida fotografía deriva en recurso óptimo para la transformación de la escena y el escenario en la impresión mental del recuerdo. El artista trabaja con entelequias, la puesta en escena es el vehículo en el que todo se ordena conforme a un patrón de realidad transferible. Y aun así, a pesar del reconocido esfuerzo, el espectador habla de la dificultad de comprender o recibir la impresión como resultado de una expresión identificable, un problema común cuando nos enfrentamos al vulgarmente llamado "cine intelectual". Toda expresión cinematográfica es intelectual, lo que varían son los cógigos, los signos, las estructuras. La ordenación de Fellini responde a su singularidad. Hablamos de comprensión intuitiva que trasciende el esquema habitual.
Tenemos el caso reciente de Inland Empire (David Lynch), utilizando códigos y estructuras similares orienta la exploración cinematográfica no hacia el corazón del creador que traduce realidades en impresiones figuradas, sino hacia el espectador enfrentado a la creación desde su autoconciencia, en un magistral laberinto que nos lleva del metacine a la metarealidad.
La película de Fellini es el lenguaje de la conciencia del artista en un ámbito/s vivencial concreto. La película de David Lynch tiene el potencial de reestructurar y deconstruir la conciencia del espectador desde el lenguaje. En suma, la bidireccionalidad busca un encuentro en distintos niveles, y los dos ejemplos ilustran que la comunicación es un camino polivalente donde el espectador busca la singularidad del creador en un juego de sombras que inducen la interpretación, la sospecha, la interacción.
Las primeras secuencias muestran a Guido de espaldas, los perfiles lo rodean, le hablan, parecen figuras fantasmagóricas, como si fueran proyecciones de su mente. El vuelo tras la asfixia representada en esa aglomeración de automóviles que a su vez contienen rostros y figuras antropomorfas, la vaguedad de lo onírico, ese vuelo ya indica la necesidad de huir, liberarse y vivir su egolatría, para en la conclusión – y en paralelo con la renuncia a un proceso creativo – expresar una reconciliación con el mundo de allá abajo, del exterior que queda fuera del ámbito creativo y narcisista del autor.
Precisamente, la primera Imagen de Guido es otra impresión reflejada en un espejo. La Imagen de la disposición del autor en su obra.