Hasta que el cura nos separe
Suele ocurrir que ciertos comediantes con amplia trayectoria, terminan inclinándose por papeles que ayuden a exhibir su costado conservador, papeles por lo general de maestro o sacerdote. Robin Williams, que ya se ha probado anteriormente el traje de maestro, esta vez le ha tocado probarse la sotana. Claro está que el papel de rector moral no necesariamente tiene que estar ligado al apego a reglas propias del conservadurismo, pero definitivamente, el maestro revolucionario que Williams encaraba en El club de los poetas muertos, está muy lejos de las ideas de este entrometido reverendo.
Frank es un cínico voyeur que practica métodos poco ortodoxos en su rol de consultor matrimonial, un sujeto que es capaz de provocar la separación de una pareja, con tal que conozcan el cielo, y sobre todo, el infierno de la vida marital antes que cometan el error de casarse sin conocerse. Esta línea es lo más original de una comedia con una pareja protagónica simpática, pero que se ve opacada frente al consabido carisma de Robin Williams, y el acompañamiento de su terrible monaguillo. Algunos gags son divertidos, como el de los bebés robots que vuelven locos a los felices enamorados, y el resto es un sinfín de situaciones propias de una comedia absolutamente convencional, que aporta más de lo mismo, y que, de todos modos, funciona y entretiene.