La niebla de Stephen King
El idilio profesional entre Frank Darabont y el prolífico Stephen King hace pleno con la tercera y más terrorífica de las entregas. Debo reconocer un cierto entusiasmo ante LA NIEBLA, muestra de un género al que nunca rendí pleitesía, quizá porque mis instintos cinéfilos derivaban a relatos más telúricos que interestelares. Esta descorazonadora visión de las miserias morales que afloran frente al pánico me ha reconciliado con el buen cine de monstruos y enigmas paranormales, todo ese cine -injustamente sellado como serie B- entusiasta e imperfecto que sembró los gloriosos años 50 de ingenuidad narrativa no exenta de cierto alfombrado crítico.La emotiva CADENA PERPETUA (1994) batió expectativas y asentó el prestigio de un estimable nuevo autor, cuyo clasicismo visual y aliento ético vestía una historia de amistad carcelaria pronto transformada en título de culto.

Concita este relato claves temáticas y espaciales típicas en la escritura de King. Darabont se aprovecha del desasosegante material para construir una alegoría sobre los miedos colectivos y los oscuros impulsos del ser humano en situaciones de pavor. El inquietante fenómeno del arranque sirve como premisa para esbozar


Y algunos claros disidentes, que pronto quebrarán la unidad frente al ignoto ser. Una sobre todos, la apocalíptica y acérrima religiosa que una enorme Marcia Gay Harden rellena de matices aún siendo el personaje más estirado, de discurso fatalista e intransigente derivado a un cierto exceso final. Hay varios tramos que lastran el desarrollo de la historia por reiterar la idea crucial debatida, espacios hablados que inciden en la simbología y que podrían haberse aligerado. Pero el conjunto recobra el pulso con potentes escenas de acción, bien distribuidas y mejor rodadas, regadas de un encanto artesanal que se ajusta al lenguaje sobrio, contenido del director. Un Frank Darabont que parece empapar sus secuencias con la eficacia de lo modesto -en el recuerdo el infravalorado John Carpenter, aludido visualmente en el inicio-, pretendiendo entretener desvergonzada, libremente.
Esta obra atiende el clásico choque entre bien y mal, individualismo y valores en comunidad, entre razón y fé, dualidades que laten, estallan, haciendo propios los códigos del cine de terror y liberándolos con nuevoespíritu creativo. Su firmeza dramática cubre una clara parábola antimilitarista muy encajable en la trama que aborda, y que muchos acusarán de oportunismo simplista surgiendo en el país que surge y en estos malignos tiempos que nos toca vivir.
No creo que opinen lo mismo cuando el desesperado, escalofriante, inclemente final deje abatidos los ánimos, pulverizados como si las patas del mismo Mefistófeles se desplomaran encima. Es con esta inmisericorde conclusión como el autor -que traiciona el original de King- recubre el relato de asombroso halo trágico, nihilista, angustiado. La brutal falta de esperanza en el ser humano hecha elegía, grito desgarrador con uno de los fondos musicales más hermosos que puedo recordar. Atrás deja un tenso -sí, tal vez imperfecto- retrato de los temores que pulsan los resortes para sobrevivir, por encima de alardes técnicos, condenas politizadas o aires de trascendencia. Suficiente para encauzar mi disperso apego a un género fantástico que habla de cosas tan reales que terminan por espantarnos.