El soberbio guión permite la representación de un colectivo de sentimientos bajo la mirada vibrante de aprecio, sin esquivar el sentido del ridículo, del entrañable instante del amor y la despedida, de la esperanza, el sueño y la desilusión.

★★★★☆ Muy Buena

El viaje a ninguna parte

Recordar… Caminos. El recuerdo es la ficción de la vida. La vida es un teatro de cómicos que sobreviven creando entretenimiento y sonidos de burdel en cualquier lecho destartalado de cualquier pueblo, pueblos sin nombre, espectadores desarrapados y risas de media tarde. La senectud de un rostro, y evoca el recuerdo para que el recuerdo sea cine, y su imagen la fantasía que compensa la amargura. El olvido refugio de fracasados. Vagabundos. La imagen recurrente en esta magnífica película del ya fallecido Fernando Fernán Gómez, es la del grupo de cómicos haciendo camino hacia algún pueblo en el que poder vender su arte de bodevil. Recurrente no por la mayor frecuencia, sino porque dicha imagen – filmada en planos generales en los que vemos al grupo avanzando por un camino que se abre paso a través de los campos de castilla, hacia los horizontes en los que asoma el perfil del próximo pueblo – sino por ser la quintaesencia de los titiriteros que son el corazón de esta historia, gentes sin hogar arrojadas a la vida ambulante.

El soberbio guión permite la representación de un colectivo de sentimientos bajo la mirada vibrante de aprecio, sin esquivar el sentido del ridículo, del entrañable instante del amor y la despedida, de la esperanza, el sueño y la desilusión. Comedia trágica en tiempos de carestía, cuando los espectadores, forzados en su rústico modo de vida, solo necesitaban pensar que la dramaturgia vale lo mismo que la vida en la España profunda y circense. Carlos Galván recuerda, y el espectador contempla la transformación de la realidad en mitología cinematográfica, partiendo de la dramaturgia.

Ya fuere en actor de alto estatus, el glamour de los festivales y la admiración de los espectadores. Desde el alma ensoñadora de Galván, la imagen de Marilyn Monroe, celestial y poderosa, materializa el sueño del perdedor. Es, en pocas palabras, la permanente lucha de clases que utiliza el icono como referente y meta. La única forma de hacer que la vida no sea un viaje a ninguna parte, en otra representación más del proletariado que reivindica derechos y dignidades. Siempre queda el sueño. Recordar para ocultar la ausencia de un sentido de la vida.

publicado por José A. Peig el 1 junio, 2008

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