El apagón generalizado deja al descubierto al ser humano primitivo; sus miedos acentuados, y también sus pasiones, son las que provocan los actos violentos.

★★★★☆ Muy Buena

El efecto dominó

¿Se imagina un mundo sin ordenadores, sin móvil ni electrodomésticos? Hágase a la idea: un apagón generalizado le ha dejado sin televisión ni cajeros automáticos; el colapso en los bancos, donde los sistemas informáticos no funcionan, es total. Pero vaya mas lejos, suponga que la situación se prolonga. La falta de dinero seguro que viene seguida de un vértigo colectivo. Y de un objetivo claro, que predomina sobre todo lo demás: el de sobrevivir por encima de todo y de todos. Seguro que no le sorprende que la gente comience a acumular bienes; y que los saqueos y los robos sean la lógica continuación a las colas interminables en las tiendas. Pues bien, todo esto lo presenta David Koepp de forma brillante en su segunda película: "El Efecto Dominó". Una cinta infravalorada por crítica y público, pero que yo voy a recomendar por los siguientes motivos:

El director –y también guionista- adapta un episodio de la famosa serie de televisión de los sesenta “The Twilight Zone”, y le da su toque personal al aproximar el caos de forma progresiva. Lo hace apoyándose en tres personajes: una pareja (Kyle MacLachlan y Elisabeth Shue) y un amigo intimo de ambos (Dermont Mulroney). El acierto con el casting es casi lo mejor de la cinta. Los tres actores no necesitan de trama alguna para resultar inquietantes desde el principio. Y por eso encajan tan bien en un thriller que Koepp transforma por momentos en cinta de terror, revestido de película de ciencia-ficción. Si tenemos que destacar a alguno de ellos, yo me decantaría por Elisabeth Shue. La actriz de "Leaving Las Vegas" (Mike Figgis, 1995) muy atractiva, como siempre, interpreta a una ambigua mujer, provocativa e insinuante, que resulta muy sensual.

El conflicto planteado en el arranque por los protagonistas (el triángulo formado por los tres personajes) no es una excusa para “rellenar” el guión con una subtrama más o menos dramática, al contrario es un pleno acierto. Y es que las pasiones comienzan a desatarse a medida que el corte de energía va haciéndose cada vez más preocupante. Lo mismo ocurre con el entorno exterior: la situación deja al descubierto al ser humano primitivo; sus miedos acentuados, y también sus pasiones, son las que provocan actos violentos que, en opinión del director -o al menos eso me parece-, son ejecutados por nuestro otro yo, el Mr Hyde que todos llevamos dentro.

La cinta parece que discurre a la sombra de al menos dos cineastas ya consagrados. Por un lado el arranque nos recuerda mucho a la técnica que suele utilizar Brian De Palma en algunas de sus mejores obras. El plano secuencia del inicio -ejecutado a la perfección- cumple con el objetivo de resumir la tesis del director, cuando la cámara va de un personaje desconocido a otro, cruzándose hasta dar con los protagonistas. Da la impresión de que David Koepp tomó buenos apuntes cuando colaboró con De Palma como guionista. Por cierto, el nombre de su maestro sale en los agradecimientos. Soy de los que recomiendo quedarse hasta que terminen los créditos; siempre te llevas alguna sorpresa.

La otra influencia se me antoja casi más clara, y es que el filme huele por todos los costados al mejor David Lynch. No solo por el protagonista, Kyle MacLachlan, su actor fetiche, si no por todo el ambiente de pesadilla perfectamente retratado.

Esto no oscurece la personalidad de Koepp, al revés la complementa y refuerza. Así, el director es directamente responsable de la original estructura narrativa, que huye de los tres actos tradicionales, para centrarse en sólo dos (la primera parte se desarrolla dentro de la vivienda, la segunda en el exterior) y de una excelente realización. Abundan las secuencias donde la tensión casi se mastica; y está muy conseguido el ambiente claustrofóbico de la casa después del apagón -y antes… imagínense cuál es la película que ve Kyle en la televisión: "La noche de los muertos vivientes" (The Night of The Living Dead, de George A. Romero, 1968), ¡menudo presagio de lo que les espera!-, pero también en la segunda parte, cuando rueda en exteriores. Allí, el “tono” del largometraje cambia y se torna en futurista, o más bien apocalíptico. Sólo hay que fijarse en lo que coloca Koepp, siempre que puede, al final del plano: la silueta de una siniestra central nuclear.

publicado por Ethan el 1 mayo, 2008

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