La Boca Abierta
Sabiendo de antemano la temática de La boca abierta al espectador le viene a la mente un sinfín de películas y cortometrajes que desde diferentes puntos de vista y estilos han tratado temas similares al de la película de Pialat. Sin embargo, tras el visionado de La boca abierta (título duro pero sugerente del carácter de la película) Pialat se aleja de todos aquellos directores (Amenábar o Chapero-Jackson, por citar dos españoles y recientes) tratando la muerte de su personaje desde la distancia y como excusa para hacer un retrato duro y cínico de la actitud que la sociedad/familia tiene sobre la muerte.
No resultaría justo hacer comparaciones con los directores citados anteriormente puesto que ni comparten inquietudes con Pialat ni comparten generación además de que la coincidencia temática se antoja anecdótica en este caso, pero para el espectador menos profesional es inevitable no tanto ver a Pialat a través de estos otros sino revisitar Mar adentro después de conocer la perspectiva del director francés. Y es que La boca abierta sorprende no tanto por su temática sino por el trato que le da su director: frío, distante y en ocasiones incómodo. Pialat decide plantar su cámara y ser testigo a través de ella de la realidad, manteniendo la mirada centrada en lo duro sin desviarla en ningún momento. El espectador se siente forzado a mirar unos hechos que cuando se los encuentra en su vida cotidiana no es capaz de mirarlos de frente. Sin dulcificaciones ni happy ending, simplemente lo crudo y auténtico de la muerte y las actuaciones que los vivos tienen cuando se encuentran con ella de cara.
La austeridad de la puesta en escena y de la iluminación aumenta esa sensación de frialdad y de dureza de la historia. Durante prácticamente toda la película varios de los personajes (marido e hijo de la enferma) serán sendas sombras de ellos mismos. Uno y otro se distancian de la muerte a través de escarceos sexuales, y Pialat nos insinúa que ambos están hechos de la misma materia poniendo difícil el reconocimiento de los personajes en las escenas más oscuras. De esta forma a través de la iluminación se iguala a los dos personajes y se nos remarca que padre e hijo tienen comportamientos similares porque son iguales. La iluminación acompaña a lo naturalista del sonido que, siempre diegético, crea una banda de sonidos que juega a incomodar con el alto componente de realismo que aporta. Escenas como en la que la enferma está siendo dada de comer no serían tan intensas si no fuera por el trato del sonido orgánico que Pialat elige para acompañarlas: de nuevo se trata de llamar a las cosas por su nombre y poner el cine al servicio del lado de lo real. Esa búsqueda de la captación naturalista de la vida viene marcada también por la durada de los planos, en su gran mayoría planos secuencia donde el espectador es partícipe de lo que ocurre en la escena como un personaje más de la historia y a tiempo real. El encuadre recuerda a la escena teatral aunque Pialat insiste en explorar la profundidad de campo en algunas secuencias pasando de planos cortos a largos con movimientos de cámara muy suaves.
A pesar de esa naturalidad que desprende La boca abierta en su puesta en escena, el montaje del que echa mano Arlette Langmann no obedece a la simplicidad de narrar una historia linealmente, sino que esconde tras de sí un trabajo subliminal que ayuda a impactar al espectador. Del mismo modo que la iluminación de Néstor Almendros juega al contraste lumínico entre personajes, el montaje contrapone secuencias de diferentes intensidades (tanto a nivel de intensidad narrativa –como las escenas de escarceos seguidas de escenas con la enferma- como a nivel de cambios lumínicos entre secuencias –la escena soleada de una pareja en el campo seguida por la oscuridad de los jóvenes en una sala vacía-) que ayudan a recalcar las intenciones de Pialat con esta película.
Y por si aun quedaran dudas, ahí nos sitúa al final de la película huyendo de la desolación en el coche de un hijo que, tras haber perdido a su madre, no hace otra cosa que seguir haciendo lo que hasta entonces: girar la mirada para no ver lo que no se quiere.