Mishima: una vida en cuatro capítulos
Una de las cosas más gratificantes del cine es la posibilidad de descubrir o redescubrir obras ignoradas u olvidadas al momento de su estreno, obras que tal vez pueden tener el mismo estatus que ostentan ciertos clásicos, pero cuya poca repercusión al momento de su estreno las ha relegado a una categoría aparentemente menor, al menos al lugar del olvido irremediable, si nadie ha hecho nada por gestar un culto en torno a dichos films. Afortunadamente, Paul Schrader, guionista de grandes clásicos del último Hollywood de esplendor como Taxi driver o Toro salvaje, se ha decidido a relanzar uno de su principales films como director, y España ha tomado la buena decisión de reestrenarla, para beneplácito de la enorme caterva de espectadores afines a la arqueología cinéfila que pueden hallarse en cualquier parte. Mishima es un film luminoso, tal vez la perla principal en la irregular trayectoria como director de Schrader, trayectoria que ha acumulado menos éxitos que en su faceta de guionista. Mishima es a su vez una extraña joya en la peculiar cruzada oriental de Francis Ford Coppola y George Lucas, que por esos años se dedicaban a producir al maestro Kurosawa. Es una obra particular, porque retrata la vida de un artista particular, de un modo aún más particular. Yukio Mishima fue un escritor dueño de una inmensa obra literaria, un hombre tan extraño y fascinante como exitoso en su carrera, que sufrió una dolorosa infancia, que siempre ocultó su homosexualidad de la esfera pública, portador de ideas políticas bastante controversiales y discutibles, contradictorio en muchos aspectos pero absolutamente coherente en su ferviente obsesión por unir la palabra y la acción, el arte y la política, obsesionado a su vez con la mirada oriental respecto al sacrificio humano. Schrader, que desde Taxi driver había revelado su interés por el modo en que el hombre puede concebir el suicidio, une férreamente vida y obra de Mishima partiendo desde el inicio del último día en la vida del escritor, y recurriendo en los cuatro capítulos en los que está dividido el film, al día en que ejecuta su planificada puesta en escena previa a cometer el seppuku (lo que vulgarmente se conoce como hara kiri). En los cuatro capítulos, Schrader recurre a retratar la vida del escritor, apelando a su infancia, su adolescencia, su consagración literaria, y su participación en el mundo del cine como actor y director, mechando estas etapas con tres de sus relatos más importantes, para determinar que en todos esos momentos, en su vida y en sus dramas, se encuentra el Yukio Mishima que desde su formación parece pertenecer a otro tiempo, el Mishima obsesionado por la belleza y por la figura del Samurai, el Mishima que vivió como un soldado devoto a ultranza de la figura del Emperador, y el hombre que finalmente terminaría sacrificándose, apelando al ritual tradicional que había terminado con la vida de muchos de los protagonistas de sus obras, incluso de personajes que él mismo ha encarnado en el cine. Más allá de la posición ideológica de Mishima (hay que entender principalmente que no es sencillo analizar las posturas de derecha nacidas dentro de la cultura oriental desde nuestra perspectiva occidental, con nuestra historia, nuestra cultura y los terribles antecedentes de lo que nosotros conocemos como “fascismo”), Schrader logra una construcción contundente y compleja de la figura del célebre escritor, donde se destaca su tendencia a unir la pluma con la espada, y su forma de concebir el honor, como los elementos determinantes que llevarán a que su abundante obra literaria tenga su perfecto correlato en el desenlace de su vida. Todo parte y termina en el día que Mishima viaja con los integrantes de su ejército privado, la “Sociedad del Escudo”, al Cuartel General del Ejército. Un intento de secuestro y una pronunciación pública que termina en abucheos llevan al final de la vida de Mishima, pero Schrader deja ver en todo momento que este final ha sido premeditado desde el comienzo, ha sido planificado a rajatabla, consciente desde el primer momento que las ideas que guían su vida no son compartidas por sus compatriotas, por lo que su pronunciamiento inevitablemente lo conducirá al sacrificio. Con este precioso film, Schrader demuestra ser uno de los cineastas occidentales que mejor han sabido exponer los códigos de vida de la cultura oriental, regida por el honor y la disciplina. De esta pequeña joya saltan a la vista algunos aspectos discutibles, como la estupenda, aunque exageradamente fastuosa, música orquestal de Philip Glass, que parece conducirnos hacia otro tipo de historia, y la narración en off que orbita todo el relato, innecesariamente en inglés, en la voz de Roy Scheider. Un gesto occidental inútil, que intenta elevar el nivel de comprensión del público occidental hacia este producto, pero termina empañando la brillante puesta en escena, quizás una de las más precisas y sólidas puestas en escena en toda la carrera de director de Schrader. Dos elementos concretos que de ningún modo desmerecen la totalidad de esta obra compleja, loable y controversial, que ha sido prácticamente ignorada en todo el mundo al momento de su estreno, y que sufrió en aquel momento la negativa de Japón a estrenarla comercialmente, por el rechazo que la sociedad japonesa siente por la doctrina ideológica de Mishima, pese a que su obra literaria nunca ha dejado de ser ponderada por la sociedad y la cultura nipona.Lo mejor: La precisa estructura del film, y la manera en que Schrader aborda los códigos de vida de la cultura nipona, y el sentido del sacrificio que persiguió Yukio Mishima hasta el último minuto, en cada episodio de su vida y su obra, barriendo con los propios preconceptos ideológicos que precedieron su accionar.
Lo peor: La excelsa, aunque fastuosa, música de Philip Glass, y la narración en inglés de los fragmentos del pensamiento de Mishima que articulan todo el relato.