Más de lo mismo, con el mismo tono grave que la anterior, pero mucha más tendencia a la aventura.

★★☆☆☆ Mediocre

Ángeles y demonios

Hacer una crítica de esta película es como analizar el sabor de un chocolate. No porque Ángeles y demonios tenga un rico sabor, sino porque tiene su misma espesura argumental. Una espesura argumental que no da lugar a demasiado análisis. Ángeles y demonios es tan prototípica, tan adocenada, que no parece merecer demasiado análisis. Mucho no sorprende a esta altura, siendo la secuela de El código Da Vinci, una película que jamás hubiese tenido tanto éxito si no hubiese sido precedida por una insoportablemente desproporcionada campaña publicitaria, un final perfectamente previsible para la adaptación de la novela que representó el mayor boom publicitario del mundo literario en los últimos tiempos.

Sí podemos partir comparando esta secuela con la original, y aquí comienzan las sorpresas. Si El código Da Vinci ni siquiera llegaba a la categoría de dulce (era apenas un edulcorante, un producto artificial, mero marketing), se agradece que Ángeles y demonios sea por lo menos un dulce, algo un poco más real. ¿Cómo puede apreciarse esta diferencia? Básicamente, Ángeles y demonios tiene más acción, apela más a los elementos básicos del entretenimiento, aburre menos que El código Da Vinci. Para cuando llegamos a Ángeles y demonios, ya nos ha quedado claro que tanto una historia como la otra responden enteramente a la ficción, por más apelación mitológica/histórica que se siga haciendo en la campaña publicitaria. Esto hace que se ponga en la misma línea que cualquier thriller.

En ese sentido, más allá de sus componentes propios del cine de entretenimiento (sucesivas muertes, algunas secuencias mínimamente interesantes y mejor resueltas que en la primera), tenemos un film demasiado grandilocuente (sus gigantescas tramas conspiratorias terminan tornándose completamente inverosímiles) y a la vez absurdamente básico, empezando por la lógica infantil, pseudo-“sherlockholmesiana” del profesor Robert Langdon, el personaje de Tom Hanks. Podrá interesarle a alguien la forma en que Langdon elabora sus conclusiones analizando las sucesivas pistas, pero el apelar constantemente a la agobiante verbalización de su lógica detectivesca, termina volviéndose un recurso obvio y trillado. Si a esto le sumamos que en muchas ocasiones Langdon se encuentra con una nueva pista o una revelación por casualidad o “accidente”, comienzan a florecer los elementos imperdonables de este tanque.

Sumamos recursos lógicos trillados para hacer avanzar la trama, una casi inútil presencia femenina (menos carismática y a la vez menos molesta que Audrey Tatou, e igual de inútl), alguna que otra rutilante vuelta de tuerca final, y lo que nos da como resultado es más de lo mismo, con el mismo tono grave que la anterior, pero mucha más tendencia a la aventura, gracias a la mano de David Koepp, guionista de varias de las últimas aventuras de Spielberg, Carlito’s way y Spider-Man, entre muchos otros éxitos (aunque Langdon tiene el 5 % del sentido de la aventura de un Indiana Jones, y una preponderancia feroz al estilo deductivo, que no hace más que alejarlo de la aventura), y en síntesis, un producto que se beneficia al alejarse de la megalómana campaña publicitaria de la anterior (al fin y al cabo aquí las expectativas no son tan grandes), medianamente entretenida, pero solo inteligente cuando se anima a plantear algunos puntos complejos respecto al debate entre ciencia y fe, y a articular parte de la resolución de la trama en torno a ese mismo debate. El resto, convencionalismo puro, apenas más interesante que la primera, apenas un poco más divertida, apenas, apenas…

Lo mejor: Mayor tendencia a la aventura que la primera.
Lo peor: Su grandilocuencia y el básico e insoportable perfil deductivo de Langdon.
publicado por Leo A.Senderovsky el 28 julio, 2009

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