Sean Pean es un realizador brillante, sus personajes rebosan sentimiento y versatilidad en distintos registros, pero no se moja, y al no mojarse condena su producto a ser batiburrillo de interrogantes, desde una premisa excelente, desaprovechada. De

★★★☆☆ Buena

Hacia rutas salvajes

La historia de Christopher MCclandless desglosada en un montaje de imágenes que alterna su estructura en pasajes contemplativos y descripción del periplo viajero a ritmo de videoclip y palabra escrita, de modo que si analizamos la idea meramente cinematográfica, descubrimos la radiografía de una conciencia , los paisajes oscuros del alma enfrentados al paisaje de la naturaleza y en los que, a menudo, el uno es reflejo – o metáfora – del otro. La voz en off que encarna la hermana de nuestro intrépido protagonista nos sitúa en el conflicto que propicia la desesperada huida hacia el mundo, una supuesta vida verdadera que esconde la historia y el amargo retrato de un perdedor. El viaje hacia el oeste…libertad, búsqueda y final de una heroicidad ilusoria.

El relato comienza en Alaska, punto de inicio y final, y desde ahí, sincopando la imagen y la narración, reconstruye el viaje de un muchacho supuestamente soñador y rebelde, el cual desprecia el dinero y todas las comodidades – tanto materiales como emocionales – en pos de una imagen idealizada – y falsa, por tanto – de sí mismo(no es baladí el hecho de que cambie su apellido por el de Supertramp). No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. Pero pronto el relato revela sus cartas, siendo Christopher un hijo bastardo de familia desestructurada, y así la conclusión y el significado de todo lo que vemos se intuye a medida que avanza y aumenta la turbulencia del viaje. No es una película sobre las bondades de la vida espiritual y el amor a la naturaleza, sino de éstas como excusa y subterfugio de un muchacho que no ha encontrado su lugar en el funcionamiento de la sociedad que tanto detesta, fundamentalmente la matriz ineludible para un correcto desarrollo emocional: la familia. La luz solar (¿Luz de Dios?) es belleza compartida, y en la última secuencia – al filo de la muerte – vemos el postrer estado visionario de Christopher , amando la libertad y la belleza junto al abrazo y el amor materno, la armonía que nunca tuvo.

Por tanto, no es la historia de un joven que triunfa y supera a la sociedad alcanzando la libertad, sino la de alguien que huye de sí mismo y se equivoca al hacerlo. El sabor amargo que queda al final nos lleva a una conclusión devastadora: el ideal romántico del viaje en busca de la libertad es la expresión de la derrota. Si los protagonistas son los perdedores – y no los héroes – cabría preguntarse si el perdedor es un incompetente social o un rechazado por poseer virtudes que el resto de la sociedad no sabe valorar. Atendiendo a la propuesta del cineasta, Sean Pean , es puro determinismo: familia desestructurada, vástago con desequilibrios emocionales. Resultado: viaje hacia la indigencia y la muerte por ser, en última instancia, incompetente en su relación con el orden natural. Christopher pierde, pero pierde en todo.

¿Película demasiado ambigua, indefinida, confusa?. Hasta cierto punto sí, porque se queda a medio camino de varias proposiciones, y queda la expresión del perdedor como punto de partida hacia un debate sociológico no carente de interés. El que el personaje deje escrito su sentencia final, la felicidad solo es real cuando es compartida(vaya tela manierista), contradice su discurso anterior (es decir, es alguien que CREE descubrir que estaba equivocado). En consecuencia, para ser feliz es menester integrarse en la sociedad, y no huir de ella. En el contexto de un personaje agonizante, esto solo es una expresión – hija de acontecimientos arbitrarios – con la que finaliza una experiencia vital, pero en modo alguno eleva el significado a la categoría de hallazgo filosófico.

En suma, película de pretendido discurso filosófico-social basada en el ardid de plantear preguntas sin dar respuestas ( tapadillo para ir de listillo, muy de moda, por cierto). Es decir, Sean Pean es un realizador brillante, sus personajes rebosan sentimiento y versatilidad en distintos registros, pero no se moja, y al no mojarse condena su producto a ser batiburrillo de interrogantes, desde una premisa excelente, desaprovechada. De potencial obra maestra a película muy estimable, sin más.
publicado por José A. Peig el 25 febrero, 2008

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