Es como si Paul Thomas-Anderson hubiera volcado un cubo de fango, lodo y alquitrán sobre “”Gigante”” de George Stevens.

★★★★☆ Muy Buena

Pozos de ambición

“Habrá Sangre”, advierte, más que titula, Paul Thomas Anderson en su última película. Es una promesa que nos predispone para asistir a una dura historia sobre ambición y odio a partes iguales. "Pozos de Ambición", tal como se la conoce aquí, se basa en la novela “Oil!” de Upton Sinclair, y narra la vida de un implacable empresario, Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) que se dedica al negocio del petróleo en las primera décadas del siglo XX.

El arranque (más de 10 minutos sin palabras) es una perfecta introducción del drama que vendrá a continuación. El duro trabajo manual del protagonista sirve de “biblia” del personaje, de tal forma que el espectador no se extraña lo más mínimo de su posterior actitud personal ante la vida y ante los hombres. La historia realmente comienza cuando Plainview se dispone a explotar una región cuyos propietarios pertenecen a una especie de secta religiosa, dirigida por un fanático que pronto se enemistará con el empresario.

"There Will Be Blood" podría situarse al lado de otros largometrajes épicos que tocan el mismo tema: el del ambicioso hombre de negocios que se ha hecho a sí mismo a costa de pasar por encima de los demás. Sin embargo, Paul Thomas Anderson le confiere un aspecto sensiblemente distinto y original; y crea una obra importante, una de las mejores del año. El joven director hace con el sueño americano lo mismo que Clint Eastwood hizo con el Western cuando estrenó "Sin Perdón" (Unforgiven, 1992), es decir lo convierte en una pesadilla. Para que el lector se haga una idea, es como si Anderson hubiera volcado un cubo de fango, lodo y alquitrán sobre "Gigante" (Giant de George Stevens, 1956). El resultado es el siguiente: fotografía oscura, escenas apocalípticas y diálogos que recuerdan a los del coronel Kurtz en "Apocalypse Now" con música que sale del mismísimo infierno.

La impresión desde luego es excelente. Pero hay un fallo que tiene nombre y apellidos: Daniel Day-Lewis. Encarna al personaje central, y no lo hace mal; ese no es el problema. Es un error de cantidad más que de calidad: Plainview requiere histrionismo el cien por cien de las veces, esto provoca que Day-Lewis se sitúe al borde de la sobreactuación más de dos horas y media. Ese es el tiempo que dura una cinta algo cargante. Quizás, si Anderson hubiera alternado el punto de vista con otro personaje, habría oxigenado el filme lo suficiente para darle un respiro al espectador.

Independientemente de las pegas que podamos ponerle a este largometraje hay que reconocer que Paul Thomas-Anderson crea una atmósfera única, en un entorno hostil donde viven unos seres que odian y rezan. Y llega Plainview. Un hombre cuya personalidad se refleja en un rostro salpicado de manchas de petróleo; rostro que evoluciona a lo largo del metraje como una peculiar versión del “Retrato de Dorian Grey”. Daniel Plainview ofrece un futuro de progreso y bienestar, pero alimenta en su interior una promesa que se hará realidad. Y pronto correrá la sangre…

publicado por Ethan el 24 febrero, 2008

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