Él
De la etapa mexicana del director de Calanda, destaca la trilogía que realizó, "a su manera", sobre las costumbres burguesas de la época. A ella pertenece "Él", excelente melodrama que acompaña a las importantes "El Ángel Exterminador" y "Ensayo de un Crimen". Antes de adentrarnos en la historia y, sobre todo, en la forma de contarla por parte del genial director, no está de más una breve referencia a sus colaboradores habituales de este importante periodo: el productor Oscar Dacingers, responsable de varias obras maestras de Buñuel; el director de fotografía Gabriel Figueroa, muy hábil en el manejo de las luces y las sombras, deudor del movimiento expresionista y autor de cintas que, en ocasiones, oscurecieron la labor de importantes directores para erigirse como verdadero creador -véase "El fugitivo" ("The fugitive", 1947) del mismísimo John Ford-; y, por último, su inseparable Luis Alcoriza, un agudo guionista y, posteriormente, excelente director, también exiliado de la guerra y blanco preferido de las bromas de Buñuel.Dicen que un día de caza, cuando Alcoriza iba a cobrar una pieza (un pájaro que había abatido de un disparo), se lo encontró ya relleno y hasta con el precio en una etiqueta atada a una de sus patas. Las obras del realizador español son tan personales y características que si en "Él" nos hubiéramos perdido los créditos, tan sólo viendo los primeros planos, nos daríamos cuenta enseguida que se trata de una cinta suya. Y es que en el arranque ya nos presenta sus dos principales obsesiones, las que más perturban al ser humano: la religión y el sexo. – “El sexo sin la religión es como cocinar un huevo sin sal”, aseguraba Buñuel en una entrevista-. Dicha escena, la del lavado de pies en la iglesia, pasa por ser una de sus secuencias más provocativas y mejor rodadas. En manos de Buñuel, la recreación por parte de un sacerdote de lo escrito en los Evangelios tiene un significado lujurioso. Además es la presentación del protagonista (Arturo de Córdova), un perfecto resumen de su personalidad cuando observa los pies de su futura esposa con pasión y casi sin poder disimular su deseo. A lo largo del metraje Buñuel repetirá con planos detalle la misma situación, escena, que por otra parte, podemos observar en varias de sus películas posteriores ("Diario de una camarera" o "Belle de Jour", son dos ejemplos claros).
Aunque la producción de "Él" es muy modesta, sin embargo el decorado de la casa donde se desarrollan los acontecimientos es digno de estudiar con detalle. En un primer visionado de la cinta puede que nos pase desapercibido, pero si nos fijamos en las puertas, en los arcos que separan las habitaciones, en las escaleras y ventanas observaremos una arquitectura muy daliniana y modernista a la vez, con toques de Gaudí, todo acorde con la personalidad tortuosa del inquilino. Toda la película es un prodigio de puesta en escena, pero aparte del arranque, ya comentado, me gustaría resaltar dos secuencias: una confirma que aún siendo muy personal el cine de Buñuel no está exento de influencias. Se desarrolla en lo alto de un campanario, allí la pareja protagonista observa a la gente como si fueran hormigas y se produce una situación que recuerda a "El Tercer Hombre" ("The Third Man" de Carol Reed, 1949); de hecho el diálogo acerca de lo insignificantes que son las personas es casi el mismo que el pronunciado por Orson Welles en la famosa secuencia de la noria. La otra escena es la de la conclusión final.
Resume la película a la perfección, deja al espectador con un, digamos, atractivo desasosiego y contiene en un solo plano muchas más pistas acerca del cine de Buñuel que lo que yo pueda contar en estas líneas.