Los amantes del círculo polar
“Los amantes del círculo polar” es la obra cumbre de Julio Medem, y una de las impactantes y transgresoras película en los últimos 15 años del cine español moderno. Imponente y majestuosa en todos sus planos y momentos.
Una hipnótica y deslumbrante historia de amor que gira en torno a las casualidades con las que se topan los protagonistas; esa es la mejor forma de definir esta película.
El film, esta relatado en forma de capítulos, donde se introduce al principio de cada uno de estos, el nombre del personaje al que hace referencia el capitulo (punto a favor ya para el montaje).
A partir de ahí, veremos desde su punto de vista particular como transcurre la acción (de esta forma observamos dos visiones distintas de un mismo hecho). Y la magia empieza pronto. Empieza en el momento que aparece el primer nombre en la pantalla –Otto-. Continúa cuando vuelve a aparecer otro nombre en la pantalla –Ana-. La historia de Otto y Ana, la historia de dos niños, la historia de dos niños con nombres capicúas que, coinciden con el apellido del realizador vasco –Medem-, también capicúa ¿tenemos aquí la primera casualidad de la película?
La historia se lee de igual forma del derecho que del revés, igual que el nombre de sus protagonistas. El círculo comienza a dibujarse en los primeros minutos del metraje, para acabar cerrándolo perfectamente de cara al final del filme. La narración cumple un círculo, acabando donde empieza.
Dividida en tres partes claramente diferenciadas (niño, adolescente, adulto), Medem consigue que te involucres en la historia desde el comienzo (si no lo haces estas perdido, la odiarás). Quiere que sientas lo que sienten los personajes. Juega contigo y con el azar, te envuelve en un halo mágico del que no quieres huir, ni escapar nunca. Te atrapa en su poesía visual y onírica llena de fuerza y misterio, enigmas y casualidades, amor y odio.
Otto, Ana y una casualidad del destino (una pelota mal lanzada), hace que se conozcan. La misma casualidad (un periódico) hará que los separe.
Separados durante años, tras vivir una de las experiencias más bonitas que se pueden vivir en la vida (encontrar el amor de tu vida y vivir todos los momentos con esa persona), vuelven a encontrarse. Vuelven a encontrarse pero en un lugar completamente desconocido, un recóndito y muy puro lugar del mundo, apartado de todo, de todos.
Personalmente, si tuviera que elegir entre una de las tres partes principales de la historia, me quedaría con la de la infancia. Esa inocencia, esos sentimientos vírgenes aun por descubrir, esa magia inherente en el ambiente.
Las casualidades que les ocurren de niños son verdaderamente increíbles, las soñadas por todos en algún momento de nuestra vida. Un chut a un balón con escasa puntería que se cuela por la pared del colegio, un avión de papel que va a parar a los pies de Ana, la historia de amor que surge entre los padres a raíz de la nota del avión papel (acertadísimo el no desvelar que ponía, cada uno que se imagine su frase de amor perfecta).
Aunque si tuviera que destacar una escena clave en las casualidades de los protagonistas, sería la de la escena en la plaza mayor de Madrid. Verdaderamente, te pone los pelos de punta el pensar que están uno al lado del otro, que tan siquiera solo con girarse se veían; sencillamente impresionante (solo te quedan ganas de gritarles a los dos, que se tienen justo detras). Pero su destino no quiere eso, el círculo que ya empezó a trazarse tiene que acabar donde empezó, y no fue así.
En el papel de Otto, tenemos a un Fele Martínez un poco tenso –quizá lo menos destacable del film-. Con un rostro que no varía prácticamente en todo el metraje, pienso que es el único personaje que no está a la altura de lo que exige la película. La figura de Otto requiere más de lo que Fele Martínez puede aportar. Resulta un personaje más profundo que el de “Tesis”, y eso parece que no lo acabe de entender.
Mucho más naturales están el niño y el adolescente que hacen su mismo papel unos años más atrás. También comentar que el niño que hace de Otto (Peru Medem) es hijo en la vida real del director Julio Medem.
Por otro lado, en el papel de Ana, está una insuperable Nawja Nimri –como siempre-. Su voz, aporta el tono perfecto que requiere la película. Armoniosa y poética, redondea (como el circulo) a la perfección su actuación con su timbre de voz, pausado y relajante.
Nancho Novo, que repite con Medem tras “La ardilla roja” y “Tierra”, está más que correcto en su papel de padre de Otto. La verdad es que es un actor multiusos, encajando perfectamente tanto en comedia como en drama. Por desgracia, no se le da la relevancia que merece, y parece que no termina de encajar en el panorama cinematográfico nacional.
Y Maru Valdivielso también está muy creíble en su papel de madre de Ana. Junto a Nancho Novo, forman una pareja estupenda que se complementa a la perfección, dotando de más realismo aun si cabe al film.
Perfectamente construidos y estructurados los personajes, y soberbiamente dirigidos por Medem, el conjunto de protagonistas redondea la película hasta alcanzar el nivel de genialidad.
En lo referente al apartado técnico de la película, destacar la labor de fotografía y montaje. Si bien es cierto que el montaje no resulta del todo novedoso, pues el referente de utilizar la voz en off y diversos flashbacks para narrar acciones pasadas, el poseer una estructura concéntrica que va tomando forma a medida que transcurren los minutos, así como la elección de narrar la historia bajo los puntos de vista subjetivos de los protagonistas hacen del trabajo del director de montaje, un muestra de elegancia y a la vez virtuosismo muy pocas veces visto antes –sobretodo en España-.
Tanto la elección de los paisajes, como de los filtros utilizados en cámara y en post-producción, jugando con tonos azulados y fríos (sobretodo al final de película en Finlandia) resultan exquisitos y en contraposición al ardiente amor que rebosa de la pareja protagonista.
En el apartado sonoro, destacar (otra vez) la colaboración del fantástico Alberto Iglesias con Medem. Trabajando juntos desde “Vacas”, nos llega una música exquisita para nuestros sentidos en “Los amantes del círculo polar” que encaja a la perfección con la acción que transcurre en cada momento, marcando el tono y el ritmo durante el visionado.
En definitiva, estamos ante una gran historia de amor contada desde el particular punto de vista de Julio Medem, con toques mágicos y melancólicos a la vez, desarrollada en un ambiente donde se entrelazan la vida de los dos personajes con nombres capicúas. Un ambiente lleno de azar y casualidades, donde el destino es el verdadero protagonista y no siempre nos regala situaciones felices. El destino tiene una doble cara, alegría y tristeza, sonrisas y lágrimas, vida y muerte.
Un excelente trabajo del realizador vasco, que se añade al ya conocido como “Universo Medem”. Un trabajo que recoge a la perfección lo innato de los sentimientos humanos y los transforma en pura poesía visual. Solo Medem sabe hacer eso; es un maestro haciéndolo. Si no te gusta Medem, si no entiendes sus películas, si te aburres en la sala, mejor olvídate de esta. Para el resto, preparaos a disfrutar como nunca. No os hagáis una idea preconcebida. Visionarla con la menta abierta y despejada más que nunca, sabiendo que estáis viendo un mundo relatado y construido por Julio Medem.
Con todo lo resumido a su favor, majestuosa en todos los sentidos, es un filme que se transforma en todo un referente obligado dentro del cine español de los años 90. Una autentica obra maestra que solo nos podía regalar Medem. Gracias Julio.