El Gran Combate
Alrededor de 1.860, unos trescientos indios cheyenne son obligados a vivir en una reserva de Oklahoma en la que se mueren de hambre. Engañados por una Comisión del Congreso de los Estados Unidos, -que hace caso omiso a sus peticiones y a sus necesidades más básicas-, los dirigentes de la tribu deciden volver a su verdadero hogar, a su tierra natal en las praderas, situadas a más de dos mil kilómetros. La caballería norteamericana no dudará en perseguirles y darles captura, pero el noble pueblo indio nunca se rendirá sin luchar.
Otoño Cheyenne (verdadero título de El Gran Combate) podría definirse como un canto de enamoramiento por la comunidad indígena americana, plasmado en un hermoso poema que narra el dolor del pueblo indio, perseguido hasta el exterminio por la insaciable voracidad del “hombre blanco”. No sólo se les despojó de sus territorios, también se les obligó a abandonar su entorno natural y se practicó con ellos una vergonzosa política de limpieza étnica; claramente condenada en esta cinta.
Se trata, por tanto, de un western atípico, (recordemos que en este tipo de películas los buenos siempre son los del séptimo de caballería, que salvan a sus castas doncellas de las garras de los salvajes indios que arrancan cabelleras), en el que la admiración de Ford por la cultura de estos pueblos logra crear una película bellísima, escalofriante en muchas de sus escenas, con la creación de imágenes de una belleza insólita en la pantalla; y –como todos los rodajes del aclamado director- no exenta de alguna anécdota que pusiera de manifiesto su locura por la perfección. En esta ocasión, se ha contado que en una famosa secuencia en la que Richard Widmark (el protagonista) junto a otros civiles espera la salida de una autoridad de una casa de postas en pleno Monument Valley, Ford les obligó a permanecer de pie más de tres horas, al sol, hasta que las sombras de sus cuerpos alcanzaron la longitud que, a su juicio, era la adecuada.