Habitación sin salida
No cabe duda de que el género de terror es uno de los más castigados en los tiempos que corren. Cada año tenemos la desgracia de tener que aguantar productos de lo más chusquero que beben en exceso de obras superiores, sin poseer interés alguno para el ávido espectador.Y ese sería el caso de la cinta en cuestión, pues no solo no aporta nada nuevo al género sino que encima en ningún momento el espectador puede llegar a empatizar con los protagonistas, importándole un verdadero pimiento verde lo que les pase o deje de pasar, y eso tiene delito.
Dejando constancia de las pocas luces de un guión lleno de situaciones manidas, la relación entre los protagonistas: Luke Wilson y Kate Beckinsale, está cogida con alfileres y en definitiva muy mal construida. Ya desde esos minutos iniciales que parecen estar ahí para presentarnos su situación personal y amorosa -tópico entre tópicos dentro del (mal) thriller actual- y durante el resto del metraje, tanto el personaje de Luke Wilson como el de Beckinsale son puros estereotipos de los subproductos a los que nos tiene acostumbrados la incansable y de dudosa calidad Screen Gems, filial de Sony Pictures.
A parte de la mala construcción de los personajes, la tensión y los enemigos (que más que inquietar, llegan a hastiar al espectador sediento de algo decente), la dirección del húngaro Antal, deja ciertamente que desear. No solo no hay ni una sola cosa original o digna de mención en su discurso, sino que encima la cinta cuenta con uno de los finales más precipitados, inverosímiles y a la postre cutres que un humilde servidor haya podido sufrir en una sala de cine.
Siguiendo dandole caña a Antal, desde aquí creemos “Habitación sin salida (Vacancy)” podría haber sido una cinta estimable si hubiera tenido un ápice de riesgo y más gore polvoriento (veríamos a ver si Rob Zombie fuera el director!) y parte de culpa la tenemos en la realización del hermano de Puskás. Estamos de acuerdo de que este proyecto era un encargo destinado a taquilla con poco que negociar, pero eso no significa que no se pueda sacar un poquillo de petroleo al asunto. Y es que la cinta comete algunas de las cosas que más odio y no perdono: El abuso de los primeros planos, jugar con el espectador, pretender crear tensión de forma tan vulgar y fácil, la inverosimilitud y la previsibilidad.

No obstante, la cinta se presenta entretenida y amena, pero demasiado previsible y facilona. El enemigo(s) se descubre enseguida, es poco atractivo para los amantes del género y todavía nos preguntamos porque tardan tanto en actuar (bueno, claro, que sino la película duraría 30 minutos). Todo es muy poco realista y pobre pero encima y para colmo no es una cinta simpática. Lo que podría haber sido una cinta interesante alrededor del fenómeno snuff y de las posibilidades que da una habitación de un motel aislado, la solución de escape vía el dialogo entre ellos o mediante la visualización continuada de las cintas en busca de pruebas o métodos y un enemigo hostil acechando los alrededores, finalmente se queda en una cinta muy convencional, más cerca del estilo de films como “Nunca juegues con extraños” (John Dahl, 2001) que de otras más interesantes (que no buenas) como “Tesis” de nuestro Alejandrito.
La fotografía de la cinta a cargo del polaco Sekula nos presenta ambientes lúgubres con una iluminación ciertamente mejorable, nada que ver con el trabajo de otros primeros operadores como Darius Khondji, o Harris Savides, que parecen moverse con mejor soltura y precisión en ambientes sórdidos y oscuros. En cuanto al score de Paul Haslinger, muy típico y poco talentoso.La película debería haberse decantado por el thriller psicológico más que por el juego del gato y el ratón. He ahí su gran fallo, su estereotipado planteamiento, nudo y desenlace, buscando una sorpresa y un susto que nunca llegan pues los mecanismos para lograrlos son puro efectismo barato.
Otra pieza más del género para descartar de nuestra colección de joyitas de suspense-terror. Pero bueno amigos, no os preocupéis, pues siempre nos quedaran las maravillosas cintas clásicas, las de la Hammer u obras contemporáneas de cineastas del calibre de Fincher, Shyamalan o el por algunos infravalorado Rob Zombie. Ojalá la proporción de calidad del cine de género actual fuera al revés: de cada diez films, ocho destacables. Pero todos sabemos que eso, tristemente, hoy en día es toda una utopía.