Memorias de Antonia
Con el corazón sobrecogido tras la última imágten y los títulos de crédito acompañando a una música de violines, empiezo a escribir sobre una de esas películas que nos retienen y nos interrogan, y que por lo demás ganó un oscar en 1995 a la mejor película extranjera. También se la conoce con el título de "Antonia".
Antonia es una mujer fuerte y templada que vuelve al pueblo donde creció con motivo de la muerte de su madre, y acaba instalándose con su hija.
En su pueblo, nada ha cambiado. Sus habitantes viven la rutina horrible unos -los más desdichados-, o la rutina estúpida otros, los más ignorantes. Antonia y su hija empiezan siendo observadores pero acaban convirtiéndose en actores del cambio en las costumbres, relaciones y comportamientos que se dan en el lugar. Más tarde, su nieta narrará en off el tránsito de sus mayores, el dolor de estos y sus dudas al tiempo que, como inocente niña pequeña, les interroga sobre la muerte.
La muerte, es por ella que me recuerda a Fresas Salvajes de Ingmar Bergman. La muerte inicia y finaliza un recorrido en el que los sufrimientos de la vida, su principal constante, y el tiempo que transcurre imperturbable e ineludible, son interrogados por los personajes más lúcidos del pueblo.
Al lado de estas reflexiones existenciales viene una crítica social sin duda lúcida. Esta película apuesta por criticar a quienes ofrecen respuestas en vez de dudas, es decir a los que no las tienen. La moral cristiana, ese cajón de patrones del comportamiento y la relación humana, sale cojeando de los treinta y seis minutos de drama audiovisual.
Creo que quienes estos días se manifiestan en favor de la familia tradicional habrían de ejercer la valentía moral de reflexionar junto a películas como esta. Aquí se plasma la cruda realidad de la existencia de tantas familias bien hechas que, sin embargo, son un nido de enfermedades morales, una casa donde habitan horrores que duele nombrar.
La propuesta narrada asegura que el modelo familiar no garantiza estabilidad ni salud a sus productos humanos, al menos necesariamente. Invita a aceptar como hermanas nuevas propuestas familiares al lado de las antiguas, porque no necesariamente han de dar a luz hijos desestabilizados, transtornados o incapacitados para vivir.
En el pueblo de Antonia se van formando parejas. Estas se unen a veces sin amor pero por amistad, a veces sin amor pero por interés sexual, y a veces sin prejuicios pero por amor. Todas ellas comparten el denominador del respeto y la comprensión. Estas nuevas estructuras familiares que van surgiendo en la historia narrada se sustentan en una única moral, y eso es lo importante, porque así es que nada malo parece salir de ellas. La iglesia del pueblo no puede salirles al paso sosteniendo el viejo orden moral porque, como está archidemostrado, maniene una moral doble.