Distrito 9
Cuando en el cartel de una película se intenta potenciar más el nombre del productor que el nombre del director, lo primero en lo que piensa uno es en echarse a temblar. Cuando, encima, el productor es un director de reconocimiento mundial y el director de la película es un recién llegado muy conocido en su casa a eso de la hora de la cena, pero poco más, la cosa huele a amiguismo y a “toma unos dineros para que te pases el rato entretenido dirigiendo una película porque yo confío mucho en ti y creo que vas a llegar lejos porque eres la polla en vinagreta y me río una hartá contigo en las cenas con los colegas”. De este modo, hasta la fecha, nos hemos tragado diferentes “productos” de colegas de Tarantino, de Raimi, de Spielberg e incluso de Santiago Segura, entre muchos muchos otros. Recientemente, el bueno de Peter Jackson se ha apuntado a la moda con Distrito 9.
Peter Jackson y Neil Blomkasp, el director de este fregao, ya se conocían de cuando trabajaron juntos en el proyecto de llevar a la gran pantalla el videojuego Halo (proyecto que nunca vio la luz). Como la cosa no acabó de cuajar, Blomkasp, animado por Jackson, se centró en adaptar un corto suyo titulado Alive in Joburg, donde, a modo de falso documental, nos narraba la llegada a la tierra de un grupo de alienígenas y los problemas que ello comportaba para la población. El señor Blomkasp, sudafricano aunque residente en Canadá, además de realizar algún cortometraje más, también ha trabajado en publicidad y suyo era el spot donde podíamos ver a un Citroen C4 convirtiéndose en una especie de transformer y bailar al ritmo de la música. Lo cierto es que la cosa no tendría más relevancia si no fuera porque hacia el final de la película aparece una especie de robot que, a pesar de no bailar, me lo hizo recordar vivamente.
La película nos cuenta que en 1990 una nave alienígena la hostia de grande se quedó suspendida en el aire encima de la ciudad de Johannesburgo (el parecer los extraterrestres se han hartado de aterrizar en territorio americano). Lo cierto es que la elección de la fecha y el lugar no es nada gratuito (además de que ya les he comentado que el director era sudafricano), porque en esa época y en ese lugar todavía existía una cosa llamada apartheid. Veinte años después de su llegada, los extraterrestres viven en chabolas, a las afueras de la ciudad, en precarias condiciones, confinados en una especie de campo de concentración conocido con el nombre de distrito 9. Uno de los empleados del gobierno destinado a controlar la población extraterrestre se verá infectado por un extraño líquido, lo que acarreará sorprendentes consecuencias y lo convertirá, automáticamente, en objeto de deseo de los militares e incluso de las mafias que se han ido formando alrededor del campamento alienígena.
La película empieza a modo de falso documental, con cámara en mano, siguiendo el trabajo del empleado del gobierno dentro del ghetto extraterrestre, mientras se van intercalando opiniones de supuestos expertos que se encargan de poner al día al espectador de como se encuentra todo el tema de los alienígenas. A pesar de estar rondando continuamente, por delante de la pantalla, un puñado de bichejos extraterrestres feos de cagarse, la película intenta resultar, en sus inicios, lo más realista y veraz posible. Lo cierto es que la moda del falso documental sigue generando nuevos adeptos, especialmente en géneros tan distantes como la comedia (Very important perros, Borat) y el terror (El proyecto de la bruja de Blair, Rec) e incluso triunfando en la televisión con la divertida The office.
Sin duda alguna estos primeros minutos de la película y su concepción inicial, son lo mejor del film. El problema es que tal y como está escrita la historia no permitía rodar toda la película a modo de falso documental, género al que vuelve en algún momento sin demasiado sentido aparente, y el global se resiente en exceso. Después de los primeros veinte minutos la película empieza a centrarse más en su protagonista, una especie de Jeff Goldblum en La mosca, y su particular lucha por la sobrevivencia lo que hace que la película vaya perdiendo fuelle. A pesar de todo, el punto enfermizo que se respira durante estos momentos consigue mantener a flote la película, aunque hacia su tramo final, cuando la acción pura y dura se apodera del metraje, con la inclusión de varios militares e incluso un robot gigante termina por hundir la flota.
Es más que evidente que en la película se respira una gran crítica social. Nos cuenta, por si no lo sabíamos ya (o se nos hubiera olvidado) que los humanos somos especialmente crueles con todo aquello que nos resulta nuevo o, simplemente, diferente. Lo apartamos, lo confinamos y, a poder ser, nos olvidamos de ello. Pero la mierda siempre termina por salir a flote y nos termina salpicando. Quizás por eso, el director, tiene esa extraña manía de salpicar la cámara de sangre (fuera falso documental o no) cada vez que la palmaba alguno de los personajes de la película. Debía ser algún tipo de metáfora que, lamentablemente, no acabé de pillar.