Funny Games
Funny Games es un estilete, una navaja de hoja estrecha y aguda esperando la oportunidad de clavarse con saña entre tus costillas para desangrarte lentamente. Siempre viene bien una mirada retrospectiva para revisar la obra de uno de los directores más comprometidos política y socialmente del panorama europeo, Michael Haneke, y gracias a Dios, igualmente comprometido con traspasar las fronteras del lenguaje cinematográfico desde una perspectiva completamente autoral.
La mirada es, si cabe, doblemente acertada, puesto que está a punto de estrenarse en Estados Unidos un remake de Funny Games (sí, Michael Haneke versionándose a sí mismo, suponemos/esperemos que lo hace para financiar transgresores proyectos venideros de los que nos tiene acostumbrados) protagonizada por la prolífica Naomi Watts y Michael Pitt. Si Caché, la última película de Haneke, plantea una mirada incisiva a la herida que provocó el enfrentamiento entre la comunidad argelina en Francia y los propios parisinos en los años 60, conflicto que tuvo como resultado la masacre de más de 400 argelinos (muchos de los restos quizás todavía yacen en el fondo del Sena), Funny Games pone su acento en la violencia descarnada, la violencia por la violencia, desde un punto de vista menos político, aunque no pueda evitar sacar a la luz los fantasmas que aparecen en casi todas sus películas (la banalización de la violencia, la hibernación de la culpa en la sociedad occidental, la desacralización de la brutalidad por parte de los medios de comunicación, la lucha de clases…)
Funny Games es la historia de una familia de clase alta que se dispone a pasar unas vacaciones tranquilas en una lujosa villa costera, pero sus planes se ven truncados por la aparición de una perversa pareja de jóvenes, que como los dragos de la Naranja Mecánica (y con una estética curiosamente similar) se inmiscuyen sibilinamente en sus vidas, en su casa, para inyectar sangre y terror en sus cabezas y jugar literalmente con sus vidas. Cuando parecen encontrar una vía de salvación, el perverso juego traspasa la pantalla, se hace global, meta-cinematográfico, y nos damos cuenta de que no hay salida alguna. Es el triunfo del pesimismo, del trágico final, el triunfo del juego perverso y la disolución de las fronteras entre realidad y ficción.
La película incluso realiza un fast rewind para anular todo atisbo de optimismo, y los verdugos dialogan con el espectador, forzándole a posicionarse de un bando u otro. La sociedad opulenta genera violencia y ésta no tiene la menor intención de diluir su efecto y ataca con toda su virulencia, y además lo hace porque sí. Haneke nos hace reflexionar sobre la inconveniencia de insensibilizarse antes las imágenes que nos muestran el dolor. Las películas de Haneke, y ésta en especial, enraízan con la corriente slasher del cine francés contemporáneo, y en cierto grado explica el éxito de crítica de una película tan dura y ultraviolencia como A l’interieur que, con un planteamiento parecido, se alzó con algunos premios en este Sitges 2007. Cuando veáis como un hombre mata a otro hombre a través de una pantalla de televisión y no sintáis prácticamente nada, no llaméis a un psicólogo, Michael Haneke y su Funny Games os darán el diagnóstico.