El Orfanato
Bebiendo de clásicos del género como El resplandor, Poltergeist, Al final de la escalera, o la más reciente y popular Los Otros de Alejandro Amenabar, Juan Antonio Bayona vuelve sobre los mismos tópicos para crear un producto, una vez más, que pretende justificarse en el giro argumental (mejor dicho, se trata de un giro en los significados) dado en los últimos minutos de una película que, hasta esos momentos, agonizaba en su absoluta puerilidad.Se abre el relato con unas imágenes que remiten al jardín de la infancia, en un sentido literal, incluida la idealización de la imagen del pasado, con ese grupo de niños que juega envuelto en pétalos de flor arrastrados por el viento. La fotografía enfatiza el paisaje ensoñador, los árboles, la casa encantada, el mar y el faro en un horizonte que define los límites del espacio del sueño, la infancia y los amigos (niños) perdidos. Este segmento inicial ya deja entrever que la narración gira en torno a la infancia perdida y la recuperación del pasado. El segmento final vuelve sobre los mismos motivos y es entonces cuando el relato descubre todas sus cartas, como luego veremos.
La película avanza como si se tratara de la típica historieta sobre una casa encantada que encierra el recuerdo de sucesos macabros. Asistimos a una sucesión de pasajes y tics manieristas propios del subgénero en cuestión, con planos, contraplanos, encuadres, sustos, cambios de ritmo, motivos y diálogos, un conjunto de lugares comunes abrumadoramente pueril, por la escasa originalidad que reina a todos los niveles: tanto la historia como la forma de contarla. Algunos diálogos pueden tildarse de vomitivos, y los trucos visuales utilizados por J. Bayona, aparte de que ya los hemos visto en multitud de productos similares (y mejores que éste) , aparecen en momentos inoportunos si atendemos a los ritmos, y a la debida progresión dramática. En otros casos, resultan demasiado bruscos por violar la misma estructura del tempo utilizado. Esto, en fin, es un proceder lógico si lo que se pretende es mantener en vilo al espectador y captar su atención para que no se pierda esos minutos finales, la verdadera razón de ser del producto.
Digámoslo ya. El Orfanato no es una película sobre fenómenos paranormales y fantasmas, aunque ese sea el estrato de la mitología cinéfila (y cinéfaga, cabría añadir) que utiliza como base a partir de la cual crear un relato íntimo, una inmersión introspectiva en la atormentada mente de Laura (Belén Rueda) , la única y verdadera protagonista de la historia representada. Motivada por las fantasías de Simón, el hijo adoptado, y especialmente después de la desaparición de este, inicia una búsqueda de su pasado, la infancia. No es trivial que Simón mencione a Wendy como figuración de la propia Laura. Ahí reside el secreto de la película. Es el espíritu de Sr James Barrie el que inspira el significado último, no el de H. P Lovecraft.
Laura recupera su infancia desde las cenizas de sus amigos muertos . Curiosamente, las imágenes del polvo de ceniza y los huesos hallados en un siniestro rincón del hogar cumplen el propósito de expresar el renacer desde el horror de la muerte, según el juego de significados que nos plantea el relato en su odisea a lo largo y ancho de los pasillos y escondrijos del orfanato. La búsqueda y reconstrucción del ser y la memoria del hijo perdido – junto con sus amigos imaginarios, que no son otros que los amigos de la infancia de Laura – es, a la vez, la búsqueda y recuperación de la infancia perdida.
Creer para ver, otro lugar común que en este caso nos recuerda a la obra reciente de M. Night Shyamalan. Fíjese el lector en la secuencia de Laura en el sótano con el cuerpo de Simón, recién hallado. Laura evoca el olvido y la negación de los fantasmas del pasado (mediante un largo travelling circular).
La consecuencia es el hallazgo del cadáver pútrido de Simón. Olvidar el pasado es enterrar la infancia, lo cual implica la muerte del niño Simón. Existe una especie de simbiosis entre la vida de Simón y el estado psicológico de Laura En una secuencia posterior, cuando Laura entra en la habitación de los niños, con las camas antiguas bañadas por la luz que entra a través de la ventana situada en el centro, entonces, sentada en la mecedora, desea el retorno a la vida de Simón. A continuación reaparecen los amigos de su infancia, la luz del faro vuelve a brillar y los niños (los niños perdidos, palabras textuales de Simón) se reúnen en torno suyo, como Wendy en el clásico de J. Barrie, y el perfil nocturno del paisaje exterior, embellecido con la luz del faro, evoca la magia del país de Nunca Jamás.
Cuando el cónyuge de Laura retorna al orfanato, ésta ya ha muerto para el presente y habita en el pasado, en la dimensión de los fantasmas, de los recuerdos imborrables, en otro tiempo.
La escena clave (Laura-Wendy recuperando a los “niños perdidos” con un acto de fe), pudiendo ser cursi, esta resuelta con bastante dignidad, y es el momento hacia el cual camina toda la estructura y el desarrollo anterior. Pero, aunque el digno final refuerza el conjunto de modo considerable, no se pueden justificar noventa minutos de vulgaridad con cinco minutos de una belleza bastante relativa. En todo caso, la pretensión de aunar un cuento de terror con un proceso de retorno y recuperación de la infancia, esa mixtura entre un texto base efectista y un subtexto de índole metafórica no tiene el suficiente empaque, por no mencionar muchos elementos de la narración que están metidos con calzador, más algún que otro cabo que queda suelto.
Sintetizando, película fallida, sustos y suspense a gogó, pero imitando y plagiando obras anteriores. Belleza al final, pero un tanto forzada e inconexa con el tono de la mayor parte de su desarrollo anterior. A pesar de todo, es un interesante y recomendable experimento del señor Bayona. Incluso, nos arriesgamos a decir, ligeramente más sugestiva y honda que la pretenciosa y sobrevalorada El laberinto del fauno, dirigida por quien aquí produce, Guillermo Del Toro.