Un Corazón Invencible
De la última y soberbia película de Michael Winterbottom, lo único que no me gusta es el título. Y no porque no tenga su lógica, que refleja bien el contenido de la historia, sino porque no alcanza a transmitir toda la grandeza de una película ejemplar y que, para quien esto suscribe, nos muestra el futuro más inmediato por el que debe transitar el cine.
Si ya “Camino a Guantánamo” era un pedazo de obra maestra que demuestra que el cine comercial no tiene que estar reñido con la calidad y con un discurso comprometido y de rabiosa actualidad, “Un corazón invencible” abunda en esa senda, utilizando a una actriz del candelabro para contar una historia apasionante, actual, moderna y a contracorriente, en absoluto maniquea y que está presentada con una riqueza de matices que la convierten en una obra maestra de la que todavía se hablará dentro de mucho tiempo, modelo y referencia de futuros cineastas que consideren que una cámara puede ser un arma a través de la que contar la verdad de las cosas.
Pongámonos en antecedentes. El Oriente Medio es un polvorín tras el 11-S. EE.UU. invadió el Afganistán de los talibanes y toda la zona se hizo más inestable todavía, con Pakistán como un complejo escenario en que se concitan agentes, periodistas y analistas de todo el mundo, no en vano, Pakistán está a caballo entre el Oriente Medio más explosivo y el Oriente Lejano más desconocido, con la India como incómoda vecina.
Y en ese escenario, en Karachi, una de las ciudades más grandes y caóticas del mundo, dos periodistas, Daniel Pearl y su esposa, embarazada, antes de volverse a Europa, están ultimando una entrevista con distintas personas, como un famoso jeque al que se atribuye buena parte de la violencia yihadista de la zona. Daniel sale de su casa, en taxi, por la mañana. Y no regresa.
A partir de ahí, haciendo un riguroso seguimiento de la investigación policial, periodística y diplomática que se pone en marcha para recuperar a Daniel Pearl, Winterbottom filma un modélico thriller que bebe de las fuentes más diversas, desde “Todos los hombres del presidente” y demás clásicos de los setenta a la serie “24”, pero todo ello, con el mayor de los realismos y de los respetos, sin truculencias, sin alimentar morbo alguno.
La película, que contaba con el teórico lastre de que la mayoría de los espectadores era conocedora de la tragedia de Pearl y que, por lo tanto, el efecto sorpresa de saber qué pasa al final de la historia estaba desactivado desde el principio; resulta absolutamente apasionante, mantiene el interés en todo momento, se sufre con angustia y, por momentos, hasta hace renacer una esperanza que, por supuesto, resulta tan falsa como imposible.
De “Un corazón indomable” me gusta (casi) todo. Las interpretaciones, el spídico estilo de filmar de Winterbottom, con esos planos cortos, esas conversaciones fraccionadas, esa cámara en mano, esas tomas cenitales de las reuniones a diversas bandas y, después, las imágenes callejeras. Unos exteriores que son capaces de transmitir el caos, el ruido, el follón y lo complejo de Karachi. Igualmente montadas a base de planos tan cortos como breves y certeros, todas las secuencias de exteriores, con los autobuses, los atascos, las aglomeraciones, los humos, la música, los rostros… una filmación cuasidocumental que se integra perfectamente en el desarrollo de la historia y contribuye enormemente a contextualizarla de la mejor manera posible.
Capítulo especial para las redadas y para la investigación policial desarrollada por la policía de Pakistán. Un modélico ejercicio de cine negro globalizado en que el Google, las IP, los móviles, las conexiones telefónicas y cibernéticas tienen todo el protagonismo.
Una película, en fin, absolutamente espectacular que, sin alardes pirotécnicos, muestra el mundo tal y como es hoy día: absolutamente confuso, complicado, caótico e inaprensible a la realidad. ¿Por qué, quién y con qué objetivo se secuestra a Pearl? Después de ver la película, ¿a alguien le queda claro? Pues este es el escenario en que nos movemos. Y Winterbottom lo ha contado, una vez más, de forma magistral. Chapeau.