La última legión
Una buena oportunidad desastrosamente desaprovechada. Esta es la frase que más veces se ha repetido en mi cabeza mientras veía ‘la última legión’.
Y es que su televisivo director, Doug Lefler, ha tirado por tierra el material básico de lujo que tenía en sus manos: una columna vertebral argumental de campanillas como es el bestseller del mismo título escrito por Valerio Massimo Manfredi y una plantilla de actores británicos que son la flor y nata de U.K., en sus distintas generaciones: Colin Firth, Ben Kingsley, John Hannah, Peter Mullan, Iain Glen o Thomas Sangster.
Si encima tiene un toque tan exótico como la presencia de una de las reinas de Bollywood, Aishwarya Bai, de impresionante belleza, esta película no tenía que haber defraudado a nadie.
Pero sí ha decepcionado, al menos a mí, por varios motivos: en primer lugar, la adaptación del guión es muy pobre. Manfredi sigue en su libro una trayectoria apasionante de los últimos coletazos del Imperio Romano, enlazando imaginativamente este periodo con el inicio de las ¿leyendas? artúricas, cuyo máximo baluarte es Excalibur, y utilizando como vehículo mediador la historia del secuestro del joven Rómulo (Sangster), el nuevo emperador de Occidente, por parte de las tropas bárbaras. A su rescate acuden un grupo de soldados romanos capitaneados por el comandante Aureliano (Firth), y acompañados por el druida Ambrosinus (Kingsley) y la bella Mira (Bai), guerrera del ejército bizantino aliado de Roma, que intentarán liberar primero a Rómulo de su encierro en la Isla de Capri y luego resistir en las lejanas tierras de Britania.
Sin embargo, Doug Lefler hace un recorrido lento y aburrido por la historia original, con una trama montada a trompicones que parece sacada a retazos de la obra inspiradora de Valerio Massino, y con un interés insuficiente para seguirle el hilo. Por otra parte, la poca atención a la subtrama en torno a la aparición de la mítica espada del Rey Arturo, su mínima relevancia en el argumento y el acelerado desenlace que da pie a su leyenda hace que la frase promocional de ‘la verdadera historia de Excalibur’ sea un chiste.
En segundo lugar, la escenificación de la película se acerca peligrosamente a la serie B. Exceptuando algunas tomas de lucha con armas y cuerpo a cuerpo con pretendidas intenciones de gran producción plasmadas a medias, el resto de las escenas son desarrolladas torpemente en unas localizaciones tan desaprovechadas, en unos estudios tan reducidos y con unos medios visuales tan limitados y sin florituras que le quitan al filme ese carácter épico que debería tener para un mínimo éxito.
Se encuentra en ese aspecto a años luz de grandes largometrajes que han dejado huella en el género, dícese ‘Troya’ o ‘Gladiator’, e incluso la correcta ‘El Rey Arturo’, hablando de nuestro cine más reciente, y ‘Espartaco’ o ‘Ben-Hur’, dentro de los clásicos, por poner algunos ejemplos.
Da la impresión que el presupuesto que se tenía se ha destinado en su mayor parte a otros meneteres aparentemente más importantes, como es el reparto. Pero ni con esas.
Y este es el tercero de los motivos del chasco, una interpretación de los actores de perfil inaceptablemente bajo. No es concebible que intérpretes tan respetados en UK, con una relevancia internacional indiscutible, expresen sus emociones con tan ‘poca sangre’, figurativamente hablando. La sensación que dan es que han puesto el cazo sin importarles en absoluto el proyecto.
Colin Firth se olvida que está en una película pasional y sigue igual de sosón, incluso en las escenas más ‘calientes’ con Aishwayra Bai, el adorno de la película que aporta un físico, en todos los aspectos, espectacular.
Al niño Thomas Sangster todavía le queda rodaje para tener una presencia mucho más destacable que la que tiene, y además le haría falta que perdiera ese aire de repelente que provoca antipatía. John Hannah, Peter Mulan e Iain Glen son los que han sacado más provecho del cazo, no sólo por su escasa presencia en cámara sino también por su infíma y repetible aportación actoral en los minutos de gloria.
Y finalmente, lo más sangrante, Ben Kingsley es una sombra de ese actor que nos cautivó en ‘Gandhi’ o en ‘La Lista de Schindler’. En algunas escenas roza el ridículo, ayudado por una caracterización de teatrillo de escuela de primaria.
En resumen, que ‘La última legión’ parece más un telefilme que un trabajo para la gran pantalla. Más digerible si va acompañada de anuncios publicitarios entre veinte minutos y veinte minutos de metraje. Una lástima.