El ultimátum de Bourne
Como ya he comentado en alguna ocasión, “El ultimatum de Bourne” (The Bourne ultimatum) era junto a “Ratatouille” una de las últimas esperanzas cinematográficas del verano, en lo que al cine estadounidense se refiere.No lo tenía nada fácil Paul Greengrass. Tras haber realizado “El Mito de Bourne“, una de las mejores películas de acción que se recuerdan, y habernos estremecido con “United 93“, las expectativas ante su nuevo film eran altas.
Finalmente, al igual que ocurrió con “Ratatouille“, creo que Greengrass ha dejado contentos hasta a los más exigentes.
Algunos la atacarán por el guión, excusa habitual para atacar el cine de acción, pero no es el guión lo más importante de una cinta así. Pese a ello, funciona a la perfección y tiene interesantes detalles. Respecto a la historia que cuenta, baste decir que estamos ante la resolución de la crisis de identidad del agente Jason Bourne (Matt Damon), conocida por todos aquellos que hayan visto las anteriores entregas.
Lo realmente impresionante de la película es su ritmo, tan frenético que tengo que consultar la IMDB para comprobar que dura 111 minutos que a mí me parecieron un suspiro. Un ritmo que se apoya, no tanto en los tan comentados movimientos de cámara, como en un montaje impresionante y a una perfecta planificación de las escenas de acción.
Sirva como ejemplo la espectacular persecución que tiene lugar en Tánger y que se merece un lugar de honor en el panteón de las grandes persecuciones de cine. Por cierto, a mí la resolución de la escena me recordó aquello que dijo Hitchcock de lo difícil que es matar a un ser humano y que plasmó en impactantes imágenes en “Cortina rasgada“.
Pero volvamos por un segundo al tema de los movimientos de cámara. Los más perspicaces estarán pensando: ¿es éste el mismo Jeremy Fox que critica los movimientos de cámara de Michael Bay y su exceso de planos?
Pues sí, soy yo, y creo que hay que diferenciar entre mover alocadamente la cámara y moverla frenéticamente. En el primero de los casos, uno pierde la referencia de lo que está viendo en pantalla hasta el punto de que si parásemos la imagen ni siquiera sabríamos decir qué es lo que estamos viendo. Eso es lo que sucede en buena parte del cine de Michael Bay y las peleas de robots de la reciente “Transformers“, por otra parte de lo más contenido de Bay, serían un buen ejemplo.
En cambio, con Greengrass sucede todo lo contrario: hay desenfreno pero no confusión. Se sabe en todo momento lo que está sucediendo. Uno de los motivos por los que considero mucho mejor director a Greengrass que a Bay.
Si a unas escenas de acción perfectamente planificadas y realizadas le añadimos un protagonista carismático muy bien secundado por un puñado de buenos actores y una banda sonora realmente poderosa, el resultado no puede ser otro que la consagración de Greengrass como uno de los grandes del cine de acción de nuestros días.
No podría haber encontrado un lugar mejor para demostrarnos su talento que en esta conclusión de la que es, posiblemente junto a la iniciada por “La jungla de cristal“, la mejor trilogía de acción de la historia del cine.
Valoración final: 9 sobre 10