Jungla de cristal 3: La venganza
El distintivo de Die Hard era John McClane, héroe improvisado en situaciones inesperadas. Las precedentes seguían la misma idea, y en concreto la segunda ya era una repetición insulsa y a lo bestia de la obra maestra de John McCtiernan. Tenía su lógica rescatar al héroe y situarlo en circunstancias novedosas. Esta vez ya no se encuentra en lugar y tiempo equivocado, sino en su ciudad junto con los colegas de profesión y las resacas de fin de semana. Como siempre, McClane un tipo normal, pero la trama, en este caso, no parece pensada para el personaje en cuestión, y de hecho, el guión de esta película sufrió varias modificaciones por causa del robo de ideas hacia otras producciones similares.El inicio es bastante arrollador, alguien reclama la presencia de McClane a la par que chantajea colocando bombas. Pronto entra en acción Zeus, personaje interpretado por Samuel L. Jackson, de carácter agrio y un ácido sentido del humor que chocará contra la no menos vehemencia socarrona de John McClane. Simon says…Un juego de adivinanzas macabro que permite establecer una química triple entre el dúo McClane-Zeus y la frialdad cínica de Simón (Jeremy Irons). En esa esfera, digamos que el guión presenta un ingenio y una fluidez que, por lo menos, funciona bastante bien tratándose de una película de acción, encorsetado género cinematográfico que difícilmente puede ofrecernos algo creativo o meritorio desde una perspectiva estética e intelectual.
En realidad, poco ofrece la película aparte de la aparatosidad de algunas escenas y la correcta realización de McCtiernan, el cual logra mantener el ritmo en un relato que se extiende durante demasiados minutos para contarnos una historia demasiado simple y digna de cualquier bazofia típica del género (una historia idónea para filmar una mala secuela de la saga “Arma letal“). Los diálogos se reducen a cosas como “…el de no me toques los cojones que te meto un rayo por el culo” o “te voy a meter el camión por el culo” o “soy como el muñequito de duracell…”. Sea como fuere, parece que estas expresiones han calado en un sector importante de los espectadores, y califican de “guión ingenioso” a lo que no pasa de ser divertido en un ámbito propio de la serie B, y en caso de necesidad de entretenimiento vacuo para no estrujarse la mollera.
La historia, como hemos dicho, simple, previsible, repite la idea de la primera Jungla. Al igual que Hans Grubber, Simon finge ideales psicóticos para despistar y encubrir un robo. Luego la trama divide la acción en distintas subacciones que se alargan y, a menudo, pierden intensidad por el exceso de detalles superfluos, y ese es el principal problema del filme; un guión mal estructurado – por lo que le sobra y por lo que le falta – que plantea acciones diversas (la persecución de McClane por un lado, la de Zeus por otro, el robo de la reserva federal de Nueva York, y el colegio bajo amenaza de bomba) sin articularlas en un todo dramático cohesionado. Le faltan, precisamente, incentivos dramáticos que le hagan justicia a las peripecias de McClane, las cuales en sus dos precedentes siempre estaban envueltas de una encomiable tensión dramática. O sea, parece un producto digno de Steven Seagal o de Stallone mas que de el héroe humanizado y encarnado por Bruce Willis.
En suma, una cinta divertida por momentos, bien realizada, pero carece de fuerza dramática y de verdadero ingenio que vaya más allá de los golpes efectistas en un guión cargado de tacos y reclamos vulgares para públicos poco exigentes.
John McClane, en la primera Die Hard de McCtiernan, supuso elevar un género con tendencia a la mediocridad como lo es el de cine de acción, a la categoría de epopeya y artesanía. McCtiernan volvió a asumir la dirección y nos trajo la cruda realidad. Como ya comentamos, Die Hard es un milagro cinematográfico, y el género de acción – veinte años después – continúa esperando una respuesta que le haga justicia. Porque, insistimos, las obras maestras que han dignificado a un género específico no se han hecho para ser reverenciadas y retroceder ante ellas, sino para acercarse a ellas o, en la mejor de las posibilidades, ser superadas.