Indiana Jones En busca del arca perdida
Según una idea original de George Lucas, Steven Spielberg firmó aquí una de sus películas más redondas, paradigma del cine de aventuras moderno y presentación de Indiana Jones, el modelo de héroe aventurero que más ha influido en las mentes de los aficionados durante las últimas décadas.La intención era recuperar un estilo clásico tomando como referente el cine y el cómic de los años 30 y 40. El resultado fue, efectivamente, un retorno al cine de aventuras que, además, conseguía reformular el estilo y el mito del héroe en sintonía con las nuevas exigencias de la emergente cultura de masas, y una industria del cine dispuesta a explotar al máximo las nuevas posibilidades.
Ante todo, “En busca del arca perdida” es la expresión más contundente que jamás ha tenido el cine en su ámbito más rentable: el espectáculo desprovisto de cualquier otra intención que no sea la de divertir al espectador con una sucesión de pasajes filmados de tal forma que emocionan y causan el asombro, no solo por un deleite visual que es consecuencia inmediata del impecable manejo de los tempos y el ritmo, también por la perfecta estructura que va enlazando unas situaciones con otras, en un cúmulo de escenas de acción que se convierten en cine puro al estar al servicio de una narración sencilla y sin fisuras. De este modo, la película no le exige nada al espectador, estamos hablando de un producto de consumo fácil, pero hecho con arte.
Primeros compases: un grupo de viajeros en una selva amazónica, un misterioso personaje con cazadora y sombrero dirige la comitiva, siempre de espaldas o por encima de la cámara, no veremos su rostro hasta instantes después, cuando uno de los acompañantes pretende traicionarlo, entonces se oye el zumbido de un látigo y desde la penumbra selvática emerge el rostro del héroe anónimo. La presentación de Indiana refuerza el halo misterioso y sutil que le es (que debe ser) propio a todo héroe carismático. La posterior secuencia ante el ídolo de oro, la aproximación al objetivo en actitud de reverencia apenas disimulada, la expresión atónita y fascinada en el gesto de Harrison Ford antes de coger la reliquia, en unos breves instantes Spielberg caracteriza al personaje y hace un dibujo sencillo pero contundente del que será protagonista y vencedor en la gran búsqueda. Él es el arqueólogo apasionado por las antiguallas que transmuta su apariencia de viajero errático en un respetable profe de universidad vestido de traje, “gafotas” y objeto del deseo por parte de algunas de sus alumnas. Reflejo del héroe que, una vez cuelga el látigo, la cazadora y el sombrero, aparenta ser uno del montón.
Ya lo dijimos en otra parte: la narración es un arte de síntesis, y ante todo, “En busca del arca perdida” es un relato en el que todos los personajes ( a pesar de ser bastante unidimensionales) están caracterizados con trazo eficaz, sin necesidad de dar detalles innecesarios que pudieran entorpecer el ritmo de la narración. Spielberg – junto con la encomiable labor de ese gran guionista llamado Lawrence Kasdan- sintetiza la acción del espectáculo con una sucesión de actos perpetrados por unos personajes coherentes y al servicio de dicha acción. Desde Belock, antítesis del héroe, hasta Marion, pasando por Shallá (gesto inolvidable su despedida desde los muelles antes de la partida en el barco de Katanga) o el repulsivo agente secreto que nos engaña con una percha de abrigo que en inicio parecía un instrumento de flagelación. Todos buscan el arca por unos motivos expuestos con claridad.
Sencillez y concisión, he ahí las claves para el buen cine-espectáculo. Añadir queda una configuración de perfiles atractiva y con garra.
Algunos críticos han querido ver defectos en esta película, y suelen referirse a la incapacidad de Spielberg para crear personajes complejos. Efectivamente, los personajes son bastante unidimensionales, pero en este ámbito específico no es necesario disponer de personajes dotados de complejidad (dependiendo de las intenciones y contenidos de cada película, eso habría que analizarlo). Y – concluyen estos críticos despistados – la película hubiera sido mucho mejor si los personajes tuvieran otros matices aparte del arquetipo “chico de la película”, “chica de la pelicula”, “el malo amigo de los malos”, “el amigo de los buenos”, etc.
Bien, todo esto es una estupidez atendiendo al ámbito y la intencionalidad del producto. Síntesis. Síntesis. Síntesis, maldita sea. Es decir, en este caso, lo que, supuestamente, la película pudiera ganar con el (innecesario) esfuerzo de director y guionista en crear unos personajes más complejos, lo perdería en el ritmo, pulso e ímpetu narrativo, la continuidad de acción sin respiro y unos diálogos al servicio de lo esencial. O sea, la misma esencia de la película se perdería. Siendo ésta una de las pocas veces en las que las pretensiones van parejas con el resultado final, sobran todas las consideraciones que le exigen al producto algo que no forma parte de su ámbito. Aquí lo que importa es dotar a la historia de una caracterología de personajes afin a la estructura de medios y contenidos, no la profundidad.
Por lo demás, es una película que se mueve por terrenos arquetipales, proclives al tópico y a la sensiblería, pero nunca cae en tales defectos. Perfecto ejemplo de ello es la escena de Marion e Indiana en el barco, el beso entre las heridas de un Indiana maltrecho y gruñón, un momento de amor pero sin caer en la sensiblería tan habitual en escenas de este tipo.
Esa misma soltura, y frescura, en el trato de los personajes y de las situaciones es la que predomina a lo largo de todo el metraje, una narración tan fluida y contundente que uno llega a los créditos finales con un pensamiento: acabamos de ver la aventura total, paradigma del séptimo arte como instrumento lúdico.