Harry Potter y la piedra filosofal
Con esta película da comienzo una larga saga de fantasía y aventuras inspirada en otra popularísima saga de libros. Chris Columbus dirige con mano hábil esta presentación y primera inmersión en un universo de fantasía que viene a ser una revisitación de los clásicos iconos de lo fantástico: magos, duendes y gnomos, dragones, trolls, sortilegios y tesoros ocultos. Los niños son los protagonistas tanto en la obra como en el disfrute de la misma, pues en esta primera aventura se enfatiza lo anecdótico y un sentido del humor que va de lo esperpéntico en sus primeros minutos a lo más inane en el posterior desarrollo, en detrimento de las posibilidades dramáticas del relato, una vena sentimental que queda personificada de forma un tanto superficial en las ensoñaciones del muchacho protagonista, el huérfano que busca a sus padres al tiempo que va descubriendo sus dotes de mago y los oscuros entresijos de su pasado y del mal representado en Voldemort.Pensada exclusivamente para divertir a los niños, la película sin duda funciona bastante bien y utiliza la magia y el mago como sugestivo reclamo y estímulo para la imaginación de los niños: una varita mágica, un sombrero de mago, una escoba voladora, el sueño que, en su tiempo, todos hemos tenido cuando fuimos niños. Desde este punto de vista, la película resulta deliciosa, un mundo de magia y misterio que vibra y se despliega en un decorado de aromas góticos, reformulación del “otro mundo” -como lo son el mundo de Oz o de Nunca Jamás – en este caso representado en el castillo de Hogwarts, allí donde conviven lo encantador y lo siniestro.
Además de eso, el filme destaca ante todo en los recursos plásticos; excelente diseño artístico y unos efectos especiales a la altura de lo exigido. Magnífica banda sonora de John Williams. La caracterización de personajes también se ajusta a lo estipulado en un ámbito específico como éste de los magos y la magia, pero en verdad terminan siendo demasiado estereotipados y a la película le falta un personaje malvado con carisma, ya que Voldemort no pasa de ser un fantoche demasiado descafeinado, con claras reminiscencias a Darth Sidius u otros representantes del mal vistos mil veces en cine y televisión. Hay otras cosas interesantes, como la personalidad ambigua y enigmática del profesor Snape o la histriónica caricaturización de la familia “terrenal” del niño Potter, pero ninguno de ellos termina de cuajar por lo diluido de la narración, como ahora explicaremos.
El mismo lastre de siempre: el error de querer comprimir la novela en un metraje excesivo y/o desaprovechado, todo sea para contentar a los fans del libro. Y ya se ha dicho que cine y literatura no son lo mismo, y que cuando nos inspiramos en un libro lo primero que hay que tener en cuenta es que la película debe erigirse sobre una idea de vertebración y estructuración cinematográfica, y si para ello es necesario suprimir personajes y pasajes concretos, hay que hacerlo sin remilgos, todo sea para reforzar los aspectos esenciales y que sí pueden ser desarrollados en 140 minutos o en dos horas escasas. Así pues, la narración no termina de cuajar ninguno de sus elementos porque se pretendió presentar a demasiados personajes y se hace demasiado hincapié en escenas o pasajes muy prescindibles. El discurso y el guión debieron haber reforzado la relación entre Harry y el recuerdo de sus padres (muy bella la escena del espejo, gran momento lírico y sensible entre un mar de inanidad), el enigma de Snape y la piedra y la lucha contra Voldemort. Esos eran los tres grandes temas que se diluyen sin encontrar la debida contundencia en desarrollo y profundidad. En última instancia, la narración se pierde en florituras y anécdotas insustanciales.
A pesar de todo, una muy estimable película de fantasía y aventura, la cual destaca muy por encima de la actual mediocridad imperante en este tipo de cine. Pero aun así, resulta demasiado tibia para ser la historia de un mago huérfano que se enfrenta con el verdugo de sus padres. Quizá haya que entenderla como un proyecto que, de manera consciente e intencionada, no quiere terminar de arrancar en beneficio de las entregas posteriores