Transformers
Se ha puesto de moda hablar de cine de palomitas, hecho para gente que desconecta el cerebro al entrar en la sala y cine gafapasta, para gente que quiere presumir. Ejemplo de lo segundo sería la incompleta “La vida de los otros”; como ejemplo de lo primero nos vale esta película de Michael Bay. Yo tengo que decir sobre esta dicotomía que no me interesa. No me dice absolutamente nada de la película, sólo me habla de como se sienten los espectadores con respecto a sus propios gustos.Lo que sí puedo afirmar es que no leo a los críticos que dicen “cine palomitero”. No son cinéfilos, son esnobs cinematográficos. No les gusta el cine, les mola el caché que da elogiar a los grandes nombres y ponérselos en la solapa como una medalla: “Yo entiendo a Dreyer”, “Yo veo pelis de Buñuel”, dicen. Por si acaso alguien no ha leido nada de lo que he escrito, o bien no conoce aún mis filias, me dan asco los esnobs. (Por cierto, me gusta Dreyer, pero no tanto como los hermanos Farelli, por poner un ejemplo).
Hecha esta puntualización sociológica, si me lo permiten, voy a hablar de cine.
El problema que deberían plantearse productores como Spielberg y Michael Bay cargados de millones y de efectos especiales es ¿hasta qué punto este despilfarro le afecta a un espectador? Hay una escena en la que toda la ciudad es escenario de una batalla colosal de los simpáticos Autobots contra los malvados Decepticons. Si quieren oír una opinión objetiva, la batalla es indiferente. Todos esos miles de millones en CGI despiertan menos interés que una conversación entre un padre y un hijo que quiere salir del armario.
Por más que pretendan anonadarnos con sus superproducciones, sólo hay un camino que conduce al éxito, y ese camino es el de los sentimientos, que no se pueden comprar con efectos, tracas finales, o deslumbrantes artilugios de metal.
Al principio nos atrapa el personaje de Shia LaBeouf, que es un nombre tan común en su tierra como aquí Jose, o Paco. Allí tú gritas “¡Shia LaBeouf!” y se vuelven veinte. El jovencito va al instituto y no sobresale. Está colado por la guapa de la clase, cosa fácil de entender después de ver la actriz que han contratado para interpretarla, pero ella no sabe que él existe, ni siquiera después de comprarse un coche de segunda mano, algo descascarillado, con el que él cree que va a romper, por fin, su celibato.
Mientras el adolescente planea la manera de acercarse al bombonazo, los robots malvados, o Decepticons, planean como apoderarse de la Tierra. La cuestión es: ¡lo segundo carece de interés! Aceptamos el rollo de los robots y los salva humanidades porque sabemos que eso le sube la moral al muchacho, y le da una excusa para el beso, pero nada más. Es la historia de androides la que debe estar al servicio de la pareja, no al revés. Bay se olvida de cosas básicas.
“Transformers” funciona la primera mitad. Funciona cuando nadie sabe que existen. El Pentágono sabe que han abatido una de sus bases militares en el desierto, pero no sabe quien (emoción). El muchacho sabe que su coche tiene algo raro, pero no sabe qué (emoción). Los padres saben que algo pasa en el jardín, pero no ven a los cuatro autobots (más altos que la casa) escondidos (desparrame) detrás del porche.
La emoción de los robots no consiste en la cantidad de cosas que saben hacer o disparar en la batalla final de la película. Consiste en la cara que va a poner cada personaje cuando los descubra. Una vez descubiertos, lo unico que aún mantiene cierto interés son las curvas de la chica.