Una demostración palpable de que cualquier tema, por escabroso que sea, se puede tratar con elegancia y serenidad., y en el que Stanley Kramer dirige un elenco imprensionante y seguramente irrepetible.

★★★★★ Excelente

El juicio de Nuremberg

Hay películas que son incapaces de causar impresión alguna; otras, que impresionan cuando se ven; y existe un tercer y reducido grupo de filmes que impactan desde que se lee el reparto. Y precisamente a él pertenece El juicio de Nuremberg (¿Vencedores o vencidos?). Esta afirmación, que podría parecer exagerada en un principio si no se conoce el elenco, se transforma en lógica cuando van apareciendo nombres como Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Maximilian Schell, Marlene Dietrich, Montgomery Clift o Judy Garland (ahí queda eso).

El filme, que como se puede suponer narra los procesos que juzgaron a los escasos jerarcas nazis que sobrevivieron o fueron detenidos tras la guerra, fue realizado en 1961, 16 años después del fin de la guerra, y por tanto con un poso de tranquilidad que el dolor y la ira no habían permitido tener antes.
Con unas caracterizaciones y unas interpretaciones magníficas, la película va más allá de la crítica fácil a los perdedores de la guerra y sus barbaridades, y ahonda en la personalidad y en los sentimientos de un antiguo magistrado alemán, que está siendo juzgado por su actuación durante el régimen y la guerra. Las interacciones con el juez (el inolvidable Spencer Tracy), y las de éste con el personaje interpretado por Marlene Dietrich, conforman un producto de enorme calidad y cuyo extenso metraje, que llega a las tres horas, se pasa en un suspiro.

La delicadeza en el relato de los hechos, tratándolos con firmeza pero sin escabrosidad, es sin duda mérito de Stanley Kramer y Abby Mann, director y guionista, respectivamente.
Vencedores o vencidos es una película sin alardes técnicos, no necesarios por otra parte, en la que el peso del argumento recae sobre los diálogos, y en la que una vez más, tienen gran peso el lenguaje corporal y el uso de los planos cortos y los silencios.

Todas estas virtudes la hicieron merecedora de varias nominaciones al Oscar, de las que dos de ellas fructicaron; una en la persona de Maximilian Schell, como mejor actor principal por una interpretación intensísima y llena de fuerza, y otra al mejor guión adaptado.

Una maravilla que nadie debería dejar de ver; ya sea por razones meramente cinéfilas, o por el simple hecho de conocer una historia que no está tan lejana ni es tan irrepetible como podría parecerle a las generaciones recientes.
Lo mejor: Una lección de delicadeza y elegancia en el trato de las cosas de la que deberían aprender muchos de los sensacionalistas y amarillistas directores modernos.
Lo peor: Que una historia así esté basada en hechos reales.
publicado por Oscar Cantero el 30 junio, 2007

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