El truco final es una de esas películas que a uno le gusta ver con tiempo, relajado, y tomando un gin-tonic, disfrutando de cada escena, de cada diálogo, de cada gesto, y sobre todo, de una ambientación logradísima que te transporta (en el transporte también ayuda la copita), al viejo Londres de finales del XIX, decadente y hechizante, a la vez que capaz de embelesar.
A la ya resaltada grandiosidad de sus intérpretes (tampoco hay que olvidar, aunque breve y secundaria, la aparición de Scarlett Johansson), y de sus escenarios, debemos sumar la capacidad de absorción de un guión elaborado con mimo en los detalles.
Pero como nada ni nadie es perfecto, The Prestige también adolece de defectos. Empezando por las dificultades para decidir claramente cómo llamarla ¿The Prestige?, ¿El prestigio?, ¿El truco final?, ¿El truco final, el prestigio?. Esta indecisión y complejidad en el nombre, provocará que al final, la mayoría acabe refiriéndose a ella como aquella película de magos de Michael Caine, en la que también salía David Bowie (se me olvidó comentar antes la curiosa aunque escasa aparición de Bowie interpretando al misterioso Tesla).
También me atrevería a decir que no es uniforme en cuanto a su ritmo, lo que provoca que por momentos se pierda un poco el interés y cueste trabajo mantener la atención. Lo cierto es que estos detalles, sobre todo el de su cadencia, hacen que éste sea un filme magnífico, pero no excepcional. En cualquier caso, una de esas películas que nadie debería perderse. Aunque para gustos, los colores.
Lo mejor: Una magnífica ambientación y una interpretación de todo su elenco estupenda.
Lo peor: Por momentos pierde el ritmo.