Éste es uno de los mejores retratos de lo que la guerra de Vietnam supuso para la clase media norteamericana. Una mirada entrañable y trágica a la vez.

★★★★☆ Muy Buena

El cazador

La sencillez conceptual y expositiva van parejas a un discurso desgranado, con su narrativa cadenciosa, en lo referente a una de las más trágicas paradojas de la existencia humana : la necesidad de buscar armonía y equilibrio, la amistad y el amor, frente a la realidad de la guerra y la violencia. En cierto modo, también existe una necesidad de violencia, y la mayor singularidad de la película que dirigió Michael Cimino, consiste en sintetizar la paradoja en un único personaje, “El cazador” interpretado por el perenne Robert De Niro, quien ya en sus garbeos montañeses, en el primer tercio del filme, muestra dicha búsqueda en sus cacerías de cervatillos: el disparo y la agónica muerte del animal, y el sufrimiento reflejado en los ojos de éste, parecen reprocharnos la violación gratuita de la vida, golpeando a la conciencia del espectador tanto como a la del propio De Niro, quien en una segunda ocasión yerra el tiro y deja escapar a su presa en conformidad con un nuevo esquema de valores surgido de la experiencia en Vietnam (“deacuerdoooooo”).

Solitario pero amigo y compañero de sus amigos, el personaje principal está situado en el eje central del drama, como ser fuerte en valor y determinación, salvará a sus amigos en los trances más cruentos, y consolará a las mujeres de los perdidos. “El cazador” puede tener dos lecturas que se complementan: por un lado, es la historia de un hombre que reafirma su personalidad mediante la experiencia de la guerra. Por otro, es la historia de un grupo de hombres y mujeres cuyas vidas degeneran partiendo de la estabilidad propia de la sociedad norteamericana proletaria y puritana en función de las tradiciones patrias: familias, trabajo, alcohol y casinos. La agresiva orografía industrial de la urbe – en sus primeras secuencias, un ruidoso camión entra en el pueblo echando humos y merodeando por las fábricas, nos muestra el paisaje áspero que abre el filme – sirve de contexto idóneo para un soberbio despliegue de relaciones humanas que se rompen tras la “cruzada” en Vietnam.

La ilusión y la festividad representadas en el primer tramo contrastan con el posterior abatimiento, la decepción y el desengaño. Y así, puede decirse que el contraste es una de sus principales características, incluso por la manera abrupta de trasladar al espectador desde un universo dócil y costumbrista (un grupo de amigos en el casino, escuchando la música de un piano, con un gesto de profunda melancolía) al infierno de la guerra (cadáveres y los alaridos de un vietnamita quemándose vivo es lo que vemos en la escena contigua), el montaje está configurado de tal forma que la historia se define mejor que nunca cuando es contemplada desde la globalidad, no tanto por el desarrollo de sus partes y momentos, algunos de ellos perjudicados por un uso innecesario del ritmo lento, con lo cual la narración cae, a menudo, en lo meramente descriptivo. Dicho sea de paso que esta película hubiera sido mucho más redonda con un recorte en el metraje.

La escena final es realmente ilustrativa de la intención esencial que anima al filme: un canto patriótico en memoria del amigo perdido, el único consuelo que les queda. Éste es uno de los mejores retratos de lo que la guerra de Vietnam supuso para la clase media norteamericana. Una mirada entrañable y trágica a la vez.
publicado por José A. Peig el 16 junio, 2007

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