El número 23
Flojo de pulso, ajeno al cine que le hizo tener un nombre en la nómina de cineastas con ideas ( Tigerland, Un día de furia o El cliente ), Schumacher ha añadido otro fiasco al inventario de fiascos que lleva a cuestas. Si olvidables son los agujeros mentales de Batman Forever o Batman y Robin, por citar 2 de los más sonoros y lamentablemente recordables, ahora tenemos El número 23, una prueba más de que el talento se disipa igual que una bebida gaseosa expuesta al tibio sol de la mañana en un balcón.El artesano ha devenido en operario y el director interesante en craso obrero. Este nuevo acercamiento a lo sobrenatural, tema que le es grato ya desde sus prometedores inicios ( Línea mortal, Jóvenes ocultos ) no es más que un chusco y trompetero argumento de conjeturas pitagóricas chabacanamente desarrollada a partir de lo que, en otras manos, con otro entusiasmo, podría haber dado un film decento.
Es la historieta, digamos, del hombre normal y corriente de un hombre al que un perro muerde o la historieta de un hombre que se ve reflejado en un libro que sospechosamente le trae su infancia y en la recurrencia relevante de un número, el puñetero 23, que le acosa en los flecos del verano y en los posos del café. Jim Carrey, tan sobresaliente en otras cintas recientes ( El show de Truman, Olvídate de mí ) ahora me parece un cómico en una astracanada con visos de seriedad. Y no es seria. Es mala.
Este inconsistente, manido, retorcido y deslavazado engendro de película alrededor de un número me ha decepcionado tanto y he sufrido tanto con el tiempo empleado en el reconocimiento de mi error que no voy a escribir más.
Lo mejor: Que se acaba.
Lo peor: Haberla empezado.