Los cocoteros aún no dan castañas. Los continuos pactos y traiciones, y la creación de un personaje homosexual, constituyen aciertos innegables del guión. ¡Y nos reencontramos con el perro!, causa de mi única alegría y máxima preocupación.

★★★★☆ Muy Buena

Piratas del Caribe: En el Fin del Mundo

Casi como un axioma, las terceras partes de una saga suelen superar, con frecuencia, a las primeras, y siempre a las segundas. Encontramos un referente cercano en El Retorno del Rey. En el Fin del Mundo, decapitada la gallina de los huevos de oro, la manifiesta descompensación existente entre un guión endeble y el virtuosismo técnico que lo acompaña, resulta estrepitosamente evidente. De fondo, la consolidación de unos indefinidos personajes que ya cuentan con nombre propio en la historia del séptimo arte.

De las profundidades, emergente,/ El Hidalgo de los Mares/ purga su deuda pendiente/ con El Mundo en Sus Manos,/ amarrando presto el timón,/ ya se atisba en lontananza/ al Temido Burlón/ Su Majestad de los Mares del Sur,/ por todos conocido como El Capitán “Bloom”/.

Vergüenza ajena que sentiría Espronceda de mí. La misma que arrebolaría a Raoul Walsh (él, que tan bien medía los tiempos) ante el cúmulo de despropósitos apadrinados por el “genial” artesano que repite tras las cámaras. ¡Ay si Michael Curtiz alzara la cabeza!. Si Robert Siodmak hubiera contado con la mitad de posibilidades técnicas en su época. Si Jacques Tourneur hubiera dirigido a la Knightley. Si Byron Haskin se llega a encontrar con este pastel. Qué derroche de efectos especiales y qué falta absoluta de imaginación. ¿Habrán oído hablar los guionistas de Borden Chase?

Pero vayamos por partes. Los cocoteros aún no dan castañas. Los continuos pactos y traiciones, y la creación de un personaje homosexual, constituyen aciertos innegables del guión. ¡Y nos reencontramos con el perro!, causa de mi única alegría y máxima preocupación.

Más que fascinar, La Maldición de la Perla Negra, gratamente, sorprendió. Las aventuras de abordaje eran rescatas de los abismos fílmicos; sus desventuras, volvían a conquistar, y el viraje dado hacia el género fantástico, sin convencer, no llegó a disgustar. De esta manera, asistimos emocionados a la apertura del Hombre del Cofre muerto (¿o era al revés?), que, básicamente, se dedicó a defraudar. Una imperdonable concepción del guión situaba la acción en tres escenarios diferentes, para el lucimiento de sus principales protagonistas y tortura del espectador. Al salir del cine, con el cerebelo hirviente, pocos reconocieron al Capitán Barbossa…. ni a la madre que lo parió.

Ésta que suscribe, se negó a soltar amarras y, con la finalidad de evitar un anunciado hundimiento, se dispuso a repasar las ambas dos primeras partes, para no perderse en alta mar. Se perdió y naufragó. Digamos que, En el Fin del Mundo, los guiones no son enrevesados, sino ininteligibles. Con una premeditada confusión, profusión y difusión de ideas, Elliott y Rossio sólo dan opción al disfrute de un producto meramente visual. El impactante inicio se diluye en la brisa de Singapur nada más zarpar, se sumerge en la inmensidad de su propia incongruencia argumental, tímidamente emerge en la esperada Asamblea de Hermanos y, marcando rumbo hacia buen puerto, encuentra un insalvable acantilado al navegar.

El catalejo, ahora, permite vislumbrar una efectista espectacularidad sin límites, envuelta en tres horas interminables de metraje, en las que buceamos para sólo hallar una pequeña escena-tesoro, dos imágenes hermosas y tres frases que no me resisto a mencionar.

La primera de ellas, enviada al director: “¿Creéis que lo tiene todo planeado o va improvisando sobre la marcha?”. La segunda, reservada al desenlace: “El mundo sigue siendo el mismo, pero con menos alicientes”. Y la tercera, que honra a Depp: “Ninguna causa está perdida mientras quede un insensato dispuesto a luchar por ella”. ¡Pobre Johnny!, objeto principal del homenaje que se realiza a Fantasía. Peor es el ofrecido a La Sirenita, con esa enorme diosa Calipso imitando a la burbuja, digo, a la bruja Úrsula del mar.

La escena no es otra que la emersión del Holandés Errante… y su flamante almirante. Las imágenes, una moneda flotante y ese barquito, en un manto de estrellas que, en absoluto silencio, surca la mar. La memoria cinéfila nos arrastra hasta la relajante nave espacial de Kubrick sin vals, y a una precipitada apreciación: En el Fin del Mundo, ¿tampoco se propaga el sonido?.

Con respecto al reparto, copio de mis anteriores críticas. Excelente Geoffrey Rush. Orlando, un primor. No sería justo que Jack Sparrow eclipsara al actor, en detrimento de las magníficas interpretaciones obtenidas bajo las órdenes de Tim Burton. Y Keira Knightley, técnicamente perfecta, pero con una alarmante carencia de cloruro de sodio en vena. Añado que el sombrero de china le sienta muy bien, y subrayo las acertadas actuaciones de Stellan Skarsgard (el Goya de Milos Forman) y de Keith Richards (el guitarrista de los Rolling Stones).

Y no, no me quedé en el cine para ver la falsa despedida de “después de” los títulos de crédito finales. Ésta, que cada semana os piratea el tiempo, se niega a escribir sobre una cuarta parte. Claro que, por 9 reales de a 8…. ¿quién sabe?.
publicado por Bruji el 30 mayo, 2007

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