No sabemos si las generaciones futuras descubrirán alguna belleza o innovación digna de culto en éste popurrí de estilos Kitsch, clásicos inmortales y universos típicos de la era pop , pero de momento parece que no es así.

★★☆☆☆ Mediocre

Piratas del Caribe: En el Fin del Mundo

Ahora está de moda hacer trilogías, lo cual no tiene porqué ser ni bueno ni malo, pero, por lo menos, tengamos claro que la tercera es la decisiva y de ella dependerá el valor que haya que atribuirle a dicha trilogía. Más todavía cuando el episodio que queda en medio (El cofre del hombre muerto) no aporta mucho más que el de ser un puente entre la primera y tercera parte, el que presentaba el verdadero nudo de la historia y el que ya nos indicaba que la frescura y la sencillez de la primera entrega podía degenerar en un deslavazado, desequilibrado e irregular “show” barroco. ¿Realmente “Piratas del caribe”, como trilogía, es una trilogía sobre los piratas, viendo el resultado?. ¿No nos parece también una extraña mezcla entre la figura romántica del pirata y la caricatura bufonesca del pirata? ¿Exaltación o ridiculización en torno al arquetipo del pirata?. Y cuidado cuando se dice que la trilogía de Verbinski “ha resucitado el género de piratas” (para empezar, el “género de piratas” no existe como tal), pues el barroquismo, la fantasmagoría, el humor chusco y no siempre afortunado, los tintes de epopeya dramática y demás, son llevados a tales extremos en su tercera entrega que habrá que ir pensando en aplicar distintos y variados criterios.

Llama poderosamente la atención el descuido y la facilidad con los que numerosos críticos y comentaristas califican a la franquicia como “cine palomitero”, o “cine para todos los públicos”. ¿Cine entretenido?. Eso valía para “La maldición de la perla negra”. Desde “El cofre del hombre muerto” esto se ha convertido en otra cosa distinta.

Y ahora, en En el fin del mundo, atendiendo a los “movimientos” de la trama -la cual se hace enrevesada a la mente del espectador por el abuso de “movimientos” en la historia de los personajes, no porque la trama sea compleja – …¿de verdad alguien puede creerse que los 168 minutos le pueden resultar “entretenidos” al espectador medio, sobretodo los adolescentes a los que se supone va dirigido el producto?. No. A primera vista, la trilogía de los piratas deviene en una expresión inclasificable de la más bruta operación de la industria del cine de masas, un desesperado intento de buscar lo genuino y original en una época en la que parece que ya todo está inventado, especialmente en el ámbito del cine familiar, entretenimiento, aventuras. Pero que el resultado sea inclasificable no quiere decir que sea original, puede enmascarar un producto profundamente fallido en sus pretensiones últimas.

Lo más importante, el problema es la mezcla de texturas, mezcla que no responde a las necesidades y atributos del cine de aventuras. Tampoco responde a las necesidades y atributos del público. ¿O es que nos conformamos con las cuatro payasadas del bufón Sparrow y con el deleite visual en las batallas y con el poder sugestivo de algunos pasajes gracias a los aciertos en el diseño artístico?. Mezcla que no tiene una razón de ser más allá de una pretensión muy concreta. A lo largo de los 168 minutos nos topamos con encuadres que casi remiten al arte minimalista, gestos y paisajes oníricos, surrealismo Daliniano, por momentos parece una película de cine experimental. La esquizofrenia a la que se ve abocado Sparrow en el infierno de David Jones resulta desconcertante, sobretodo porque no está del todo ubicada en el contexto inherente al personaje. Cierto que un pirata libre poco o nada puede hacer con un barco asentado en un desierto, sin horizontes y sin poder ir a parte alguna. Pero todos sabemos que Sparrow es un aventurero solitario y su esquizofrenia no puede justificarse por aislamiento, ya que es su condición natural. Cada friki puede justificar la escena a su gusto, pero -intuitivamente – el crítico detecta con facilidad que las escenas de Sparrow en el infierno de David Jones (¿y porqué se supone que el infierno de David Jones es de ésa forma y no de otra?¿Tiene algo que ver, en realidad, con el personaje?) son un “corta-pega” caprichoso con la pretensión de la originalidad en bandera. Además, Jack Sparrow siempre ha sido un bufón, lo venimos diciendo desde la primera entrega, pero en dichas escenas se ridiculiza al personaje quizas en grado ya excesivo.

La fantasmagoría sigue presente en los motivos míticos del mundo representado, en este caso, vemos unas sugestivas imágenes de las almas de los muertos vagando bajo la superficie del mar o peregrinando sobre los botes, hacia un infierno de Dante que aquí tiene el nombre de David Jones. El padre de Elizabeth es uno de los peregrinos hacia la muerte, y su despedida -la forma en la que desaparece de la historia- puede resultar estremecedora. El mundo de los Piratas del Caribe es cada vez más oscuro y siniestro, ya no parece una película de fantasía, sino una secuencia de pasajes oníricos en la cual, por momentos, reaparece el espíritu disneyano. Cierto que la textura onírica ya estaba en su predecesora, pero aquí se acumula casi escena tras escena, incluida esa batalla final en un mar que ya no es el mar, es una pesadilla en forma de espiral acuática que hace rodar a los buques que sostienen a los aventureros del mar en pugna, y no es baladí el asunto, ya que la extraña sensación trasmitida por el movimiento en círculo rompe con los esquemas convencionales a la hora de filmar batallas épicas.

No falta imaginación tampoco en la escena en la cual la Perla Negra y sus tripulantes pasan del mundo de los muertos al mundo “real”. Cuando cae el sol en el mundo de los muertos, el barco se pone del revés, bajo la superficie, para volver a enderezarse en la superficie del mundo real, cuando el sol esta saliendo (es una escena tan original que no puede definirse por escrito, hay que verla. Punto.). Tan sencillo y evocador como sugestivo y llamativo en la plasmación visual de Verbinski. Nunca se pudo sacar tanto provecho cinematográfico de una atracción de disneylandia. Luego aparece la tal diosa Calypso, atrapada en cuerpo mortal a causa de un pacto entre los miembros del gremio pirata, la cual resulta ser el amor perdido de David Jones…

Barroquismo, mitologías entonadas, humor circense, poesía, surrealismo, cuentos del averno, sueños oníricos…¿película de piratas en plan clásico?. Si Michael Curtiz levantara la cabeza…

La trama de “En el fin del mundo” es la que ya intuíamos: la batalla final en la que los piratas se juegan la supervivencia frente al nuevo orden de Lord Beckett. Pero no es tan sencillo; en varias ocasiones los personajes van pasando de un bando a otro, y el espectador no atento puede perderse con tanto movimiento. Y lo que es peor, es un movimiento no sostenido sobre unas bases argumentales (o, si las hay, estan mal desarrolladas y en consecuencia el espectador no puede entender porqué Will Turner hace ahora esto y luego lo otro y luego lo de más allá…¿cine de entretenimiento?, bah) sino sobre la necesidad de estirar el producto para alcanzar los 168 minutos. Estan de moda las superproducciones de larga duración (la culpa es de Peter Jackson y de New Line) y hay que meterlo en el cajón del tamaño adecuado según el modelo industrial predominante. La tercera tenía que ser la vencida y hay que dar tres horas de espectáculo. En fin…

Era previsible, también nos topamos con la saturación narrativa: demasiados personajes, demasiadas variables, demasiados temas introducidos. Hay tantas situaciones y personajes a desarrollar que no se profundiza en ninguno de ellos (siendo más precisos, no terminan de definir su rol en el esquema), tan solo un esbozo rápido para ir deprisa y corriendo hacia la media hora final, el único espacio del metraje dotado de sentido y significado narrativo. El resto son peripecias mal explicadas en su mayor parte que solo hacen la función, como ya hemos mencionado, de ir estirando el producto. Afortunadamente, varias de esas peripecias no estan exentas de inventiva e imaginación, de vez en cuando nos topamos con imágenes poderosas fruto de una espléndida puesta en escena, y la presencia de Jack Sparrow, aunque tal vez en esta tercera entrega ya empiece a ser demasiado reiterativo en sus gestos y sus formas, siempre salva el momento y recupera parte de la frescura original.
Estos mismos defectos ya se daban en “El cofre del hombre muerto”, y lo comentamos en su momento, pero allí tenían un pase por su condición de episodio-puente. Aquí el efecto nocivo de la saturación y de la narración atropellada termina por ahogar gran parte del contenido, y las consecuencias son más graves.


No obstante,a su favor, hay que decir que las sucesivas “traiciones”, “movimientos”, “cambios de bando”, de los personajes, responden a su naturaleza, o a la propia naturaleza del mundo pirata: el pirata es egoísta y busca el beneficio propio. Aquí nadie tiene escrúpulos si de lo que se trata es de conseguir el objetivo, a pesar de quien sea. De ahí el constante vaiven de decisiones y cambios de rumbo. La idea en sí misma es coherente y encaja bien con ese universo pirata, pero la exposición de los motivos y tonos emocionales de los personajes es tan deslavazada que termina por saturar la información que pueda llegar al espectador. Esto produce un efecto; llega un momento en el cual ya nada importa y solo queda rendirse al espectáculo visual para ver cómo termina todo, pero le falta la fuerza dramática y un despliegue humano debidamente expuesto. David Jones era un personaje del que se podría haber sacado mucho partido, pero su perfil queda desdibujado entre el torbellino de la desorganización estructural y narrativa. Orlando Bloom, al que se le supone héroe resolutivo, demuestra que no tiene el carisma para encarnar a dicho héroe.

Con todo, en última instancia, la trilogía se cierra de manera correcta y lógica, demasiado lógica tal vez, pues no queda resquicio para la sorpresa (curioso es que éste producto pretenda ser tan original en su mezcla de texturas y que en cambio sea tan poco innovador en la conclusión de la historia). Lo cierto es que ata bien todos los cabos y construye un final digno para los personajes principales (a excepción de Lord Beckett, su final es tan frío e inexpresivo como su porte). David Jones siempre representará la eterna alma en pena de la melancolía, el infierno del enamorado atormentado: en sus últimos instantes de vida, pronuncia el nombre de su amada antes de que su cuerpo caiga y se integre con el mar, con el cual anteriormente se había integrado también la diosa del mar Calypso, y así, de manera simbólica, los dos enamorados se reunen en la eternidad del océano. Will Turner redime a la tripulación del holandés errante y ofrece su corazón enamorado para ser el nuevo capitán y rey de los mares. Elizabeth, heroína solitaria junto a la orilla del mar, custodiará el corazón de Turner y recordará a su amado mientras otea los horizontes y sueña con aventuras piratas. Jack Sparrow pone la rúbrica. El plano final en el que le vemos alejarse en pos del sol, solitario entre la inmensidad del mar y viajando sobre un pequeño velero, con un mapa entre las manos, pensando en su próxima aventura (¿la juventud eterna?), es la exacta representación de lo que siempre ha significado y lo ha convertido en un icono del cine actual, más allá de sus dotes de bufón. De hecho, se cierra un ciclo y vuelve al punto inicial. Habrá una cuarta entrega, quien lo duda…

Resumiendo, más que un producto inclasificable, “En el fin del mundo” es un reflejo del momento actual en el marco de la industria del cine comercial, que pretende innovar modernizando viejos mitos y esquemas mediante nuevas fórmulas. Pero si no cuidamos la estructura, la vertebración y el sentido narrativo, por muy buenas que sean las ideas que tengamos sobre la mesa, el producto final , con su ampulosidad de medios y elementos, se estanca en la indefinición, sin llegar a concretar todos sus objetivos (George Lucas cometió el mismo pecado en su nueva trilogía galáctica, pero de eso hablaremos otro día…) . De ahí el declive de la trilogía Piratas del Caribe, la cual empezó muy bien y pudo ser el equivalente actual a lo que en su día fueron Star Wars o Indiana Jones. No sabemos si las generaciones futuras descubrirán alguna belleza o innovación digna de culto en éste popurrí de estilos Kitsch, clásicos inmortales y universos típicos de la era pop , pero de momento parece que no es así.
publicado por José A. Peig el 26 mayo, 2007

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