Una historia que, en un perfecto ejercicio de sapiencia cinematográfica, te mantiene imantado a la butaca, embebido en la pantalla. Y, después, al salir, cuando comentas la película… ¿qué ha pasado realmente en las dos horas y media de proyección?

★★★★☆ Muy Buena

Zodiac

Para mí, lo que más me ha sorprendido de “Zodiac”, es que en sus dos horas y media de metraje, quitando el principio, no pasa absolutamente nada. Y, teniendo en cuenta que la película te hipnotiza, haciendo que claves la vista en la pantalla, prestándole los cinco sentidos, no puede haber mejor crítica.

Publicitariamente, y más teniendo en cuenta que David Fincher también dirigió “Seven”, esta “Zodiac” se nos ha vendido como una película, otra más, de asesinos en serie, que ya es todo un subgénero con entidad propia en el cine USA. Pero no es eso. O sí, pero no sólo eso.

Porque “Zodiac”, efectivamente, está basada en los crímenes cometidos por un perturbado, en la costa oeste de los EE.UU., en los años setenta, pero lo que la película cuenta es mucho más que la investigación llevada a cabo para capturarle. A través de su largo, y sin embargo, preciso y necesario metraje, “Zodiac” nos habla de muchas más cosas que de crímenes seriales e investigaciones policiales.

Nos habla de la obsesión, de la paranoia, del compromiso y la locura. Nos hace reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación y su responsabilidad con la sociedad, sobre el éxito mediático, las ansias de notoriedad y la necesidad compulsiva de ser (re)conocidos.

Y todo ello, sin grandes pirotecnias, con una contención de medios y un rigurosismo formal como hacía tiempo que no veíamos en una pantalla. Cine en estado puro en que todo está al servicio de una historia compleja, complicada y contradictoria como la vida misma. La música, una excepcional banda sonora que te contextualiza perfectamente la historia, el diseño de producción, el vestuario, esos personajes que fuman como desesperados y se atiborran de comida basura… todos los detalles y todos los elementos al servicio de la historia, como siempre debería de ser.

Una historia que, en un perfecto ejercicio de sapiencia cinematográfica, te mantiene imantado a la butaca, embebido en la pantalla. Y, después, al salir, cuando comentas la película… ¿qué ha pasado realmente en las dos horas y media de proyección? Nada. O casi. No ha habido tensión al estilo de “24”, no ha habido persecuciones, interrogatorios violentos, ni explosiones.

En los años setenta y en San Francisco no debía haber forenses como Grissom ni médicos como House. Los peritos calígrafos son tan humanos que beben, dudan y se equivocan. Al igual que los policías y los periodistas. Y hasta el propio asesino.

Y así va transcurriendo una historia que se prolonga a lo largo de más de treinta años, que tiene un final apoteósico –que no pirotécnico- y que te deja con la boca abierta ya que pocas veces te deja el cine un poso a verdad tan sincero.

Y, por supuesto, esa hitchcockiana secuencia en que el obsesionado dibujante va a la casa de un testigo y, como en “Sospecha”, ni él ni el espectador saben qué les va a deparar ese sótano misterioso. Un ejercicio de suspense a flor de piel que resulta de lo más enriquecedor e ilustrativo.

David Fincher se confirma, por tanto, como uno de los grandes y mejores directores del cine contemporáneo. Uno de los escasos directores de los que, hoy por hoy, te puedes fiar a pies juntillas.
publicado por Jesus Lens el 21 mayo, 2007

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