Bañada en tintes siniestros a la vez que bufonescos, nos trasporta a un mundo en el que el mar y quienes lo pueblan dan vida a un universo con el cual soñar. Como en un libro de Stevenson, como en el buen cine de aventuras, lo importante es dar espec

★★★★☆ Muy Buena

Piratas del caribe

Cuando La maldición de la perla negra llegó a las carteleras de todo el mundo, un determinado estado mental ya se había fijado en las mentes de los cinéfilos. La década de los noventa, insulsa en lo que a cine espectáculo se refiere, nos dejó una sensación amarga (en favor de unas supuestas vanguardias de alto copete intelectual, con Lars Von Trier encabezando las nuevas movidas) y los ochenta empezaron a erigirse como la edad de oro a la cual rendir un culto de nostalgia. En los ochenta vieron la luz las tres grandes trilogías que, desde entonces, fueron y deben ser el modelo a seguir, el canon para un cine de entretenimiento bien hecho: Indiana Jones (Steven Spielberg), Regreso al futuro (Robert Zemeckis) y la trilogía original de Star Wars (George Lucas, Irvin Keshner y Richard Marquand, más la impagable labor de Lawrence Kasdan y Leight Bracket en la escritura).

En el 2003, la película de Gore Verbinski puso fin a una espera. En líneas generales, los comentarios de una gran parte del público venían a decir aquello de “por fin, una película de aventuras en condiciones”. En condiciones, subrayo. Las condiciones son el canon. Y el género de aventuras posee unas reglas de oro que nunca fallan: no es necesario ser original, dale vida a los personajes, aliento épico al conjunto argumental y que la cámara se traduzca en un absorbente estilo visual (montaje, ritmo, encuadre). La diversión está servida.

Partiendo de un icono inmortal, la figura del pirata, de gran relevancia tanto en la historia del cine como de la literatura, el gigante industrial Jerry Bruckheimer fabricó un producto pensado y diseñado para convertirse en uno de los mayores taquillazos de la historia (lleva camino de serlo). No es una cuestión de gustos ni de tendencias el hecho de que dicho icono posee un poder fascinador que sintoniza de forma especial con el público adolescente y juvenil. El pirata, como icono, como figura idealizada y arquetipo, aglutina los conceptos de rebeldía (entiéndase, para la sensibilidad juvenil de nuestros tiempos, vida salvaje, anarquía, “gamberrismo“), libertad y aventura. No en balde, en una de las escenas, Jack Sparrow (Johnny Depp) discurre en palabrería que nos recuerda a la famosa “Canción del pirata” de Espronceda. El pirata sigue siendo un sello distintivo del romanticismo, esa magia, ese misterio y veneración mezcla de admiración y desprecio por una vida inmoral y aventurera, sintoniza bien con el público joven asiduo a las palomitas y el pasatiempo sin contrariedades y con gente de todas las edades, todos incluidos, los que crecieron al calor de la espada de Errol Flyn y los que lo hicieron empuñándo el sable láser de Luke Skywalker.

El olfato de Bruckheimer no se equivocó: Jack Sparrow, así como el elenco restante, es-son una firme encarnación del arquetipo romántico del pirata…pero sometido a un nuevo barniz , más pulp, más Kitsch, banalizando -solo es una suposición – la figura del pirata para un consumo más rápido y fácil atendiendo a la estructura comercial del cine en nuestros días. No es nada nuevo: la clave del éxito de la trilogía original de Star Wars radicaba en jugar, a base de ingenio, corazón e ilusión, con arquetipos del cuento y las leyendas universales pero “metiéndolos en cajones” al gusto del consumidor en función de un momento socio-cultural muy concreto.

De Verbinski no podemos decir demasiado: demuestra conocer el ámbito en el que se mueve y es un correcto ejecutor de la idea fabricada por Bruckheimer, inspirada en una atracción de Disneylandia y en un videojuego, “Monkey island“.

La historia: entre la leyenda y el folletín pseudo histórico, se nos narra un cuento de piratas y sobre los piratas. La pequeña Elizabeth Swann (Keira Kinghtley) abre la función mientras recita un canto de exaltación a la vida del pirata. Es la señal que nos anuncia cómo va a ser el cierre de la narración, en la cual los mismos representantes de la realeza y el orden ceden ante el encanto de un pirata en fuga, una doncella y un herrero aprendices en la vida de la espada, la libertad, los bucaneros y los tesoros perdidos. Como ya hemos señalado, el romanticismo envuelve la narración con el objetivo de exprimir al máximo ese halo encantador del pirata.

El argumento se fundamenta en hechos pretéritos que se van revelando según avanza la acción: un grupo de piratas en busca del tesoro azteca. Hubo un motín para desterrar al capitán Sparrow, quien será abandonado a su suerte en una isla remota. William Turner, conocido como “Bill el botas” , decide ser fiel al código pirata y desobedece las órdenes de Barbosa, pronunciándose en contra del motín contra Sparrow. Barbosa envía a “el botas” a lo profundo del océano como castigo a su deslealtad. Cuando la codicia del grupo de Barbosa les lleva a robar el oro, la maldición azteca cae sobre ellos. El único modo de deshacer el hechizo consiste en devolver el oro junto con la sangre de Turner, cuyo hijo fue abandonado en alta mar junto con la pieza de oro que servirá de conexión con el pasado y motor de la narración presente. Como vemos, la historia tiene todos los ingredientes de una leyenda pirata que podría haber existido en el folclore popular de la época. Verbinski nos introduce no tan solo en una mera historia de piratas, va más allá de eso y forja una leyenda pirata en la que los dos mundos, el de la fantasía y lo real, parecen convivir siguiendo unas reglas: Will y Elizabeth son la realidad del presente. Barbosa, el capitán Sparrow y los demás tripulantes de la perla negra son entes esclavos del pasado, un pasado de traiciones, misterios, encantamientos: la maldición de barbosa y los suyos, que impide que puedan saborear el ron (expresiva y grotesca la escena en la que el trago de ron resbala entre las tripas esqueléticas de Barbosa) o la perenne locura de Sparrow.

No obstante, la película guarda siempre un tono humorístico que nos remite al puro entretenimiento sin pretensiones excesivamente dramáticas: aunque hay algo de desolación en esos piratas condenados a una muerte eterna, la historia transcurre fluida, pero sin querer tomarse demasiado en serio a sí misma, en la que prima el espectáculo por el espectáculo, el guiño efectista, el diálogo socarrón y el gesto auto paródico.
La espectacular energía visual luce todos los elementos icónicos de la piratería a ritmo frenético: los buques fantasmagóricos y con las velas al viento, las olas del mar que golpean sobre el mástil y la proa, el ancla en el fondo del mar, el zumbido en los duelos entre espadachines, el retumbar y la artillería de los cañones, las playas paradisíacas del caribe, la gruta del tesoro. La adecuada orquestación de todos ellos -en un montaje ciertamente irregular, pues los bajones de ritmo se notan bastante en algunos tramos – se traduce en un espectáculo apabullante en el que el espectador casi puede oler la pólvora, sentir la violencia de las batallas entre bucaneros o evocar la magia de una leyenda marina.

El cine espectáculo, más que de contenidos sólidos y maduros desde un punto de vista intelectual, se compone de sensaciones y evocaciones. Obviamente, cada espectador vive esta aventura pirata en imágenes a su manera, y algunos incluso pueden aburrirse en el trayecto. Pero que la película de Verbinski tiene los elementos suficientes para evocar sensaciones (las que se sienten ante una buena película de aventuras) y una historia representados con un estilo visual, como mínimo, llamativo, y una estructura, como mínimo, aceptable, eso es algo incuestionable. Los gustos, como solemos decir, no tienen nada que ver. Son las características y texturas inherentes a la propia creación fílmica las que centran nuestro discurso y nuestra valoración, según norma de la casa.

La película también guarda un romance entre Will Turner y Elizabeth Swann, y se resuelve al más puro estilo clásico, con un beso final tras la tensión sostenida a lo largo de los 150 minutos, lo cual es una virtud, elimina cualquier exceso edulcorante tan frecuente en este tipo de producciones (te quiero-besito-te quiero-besito-te quiero-besito…).

En el cine de aventuras, los personajes no pueden fallar. La genuinidad, la frescura, los diálogos punzantes. En ese sentido, tal vez los resultados sean un tanto desequilibrados. Hay dos actores (y dos personajes) que, sin atisbo de duda, llenan la pantalla y le dan carácter a la historia: Barbosa (Geoffrey Rush) y el capitán Jack Sparrow.

Parece que Jack Sparrow, con el tiempo, se está convirtiendo en un icono del cine de entretenimiento actual y es uno de los personajes más originales de la actualidad en su ámbito (vamos, un personaje del que no se puede decir que sea un plagio o refrito de tópicos, al poseer su estilo genuino). La personalidad excéntrica y enigmática de Johnny Depp viene como anillo al dedo para configurar un héroe-antihéroe que se sitúa en un punto neutral entre los intereses de unos y otros, dotando al personaje de una ambigüedad que complementa muy bien su perfil bufonesco y su intencionada auto parodia (Sparrow es un pirata de tomo y lomo, pero, además, se mofa de su propia condición de pirata. Fíjese el lector en que lo que hace Sparrow es una parodia de Errol Flyn. En su personalidad se encarna el espíritu del filme: una historia de leyenda épica que, al tiempo, no se toma en serio a sí misma.). ¿De parte de quién esta el capitán Sparrow?. No lo sabremos hasta los minutos finales del filme. Teniendo en cuenta que el cine de aventuras no necesita de personajes complejos para funcionar y cumplir su objetivo, un personaje como Sparrow es un lujo y un puntazo a la franquicia.

La caracterización añade un atractivo, unas maneras y un aspecto físico que combina lo masculino y lo femenino, y le otorga un cierto aire andrógino. De Barbosa no diremos mucho más: simplemente un malo con garra, sentido del humor y mala leche, antítesis de Sparrow, lo que en aquel es bufonería y parodia, en Barbosa contrapone la seriedad y la conducta pirata tradicional.

Los problemas vienen a partir de aquí: Orlando Bloom es uno de los peores actores del cine actual, y su personaje de William Turner, aparte de tópico y previsible, se resiente a causa de los nulos recursos expresivos del mencionado actor. Keira Knightley hace una labor correcta, pero sus registros y su físico estan exageradamente estereotipados, con lo cual el personaje pierde mucha frescura, y eso se nota en el resultado global.

El otro gran problema de la cinta tiene que ver con el trabajo de montaje. El metraje es excesivo. Si en vez de 150 minutos durase unos 125 se ahorraría algunos bajones en el ritmo y la sensación de aventura quedaría más enfatizada al ganar en fluidez e interés.

Como vemos, no alcanza un acabado perfecto, pero “La maldición de la perla negra” constituye un logro para el reciente cine de aventuras, el mejor hallazgo en los últimos veinte años (lo cual tampoco es decir mucho teniendo en cuenta la casi total ausencia de producciones en este género, y la basura a la que nos tienen acostumbrados).

Y para sus detractores, queremos decirlo muy claro: allá cada cual con sus gustos, pero es hipócrita no reconocer las virtudes de esta película de aventuras cuando nadie pone en duda los méritos, la calidad y el mito de En busca del arca perdida. No estamos diciendo que aquella vaya a tener la trascendencia y el calado que tuvo y tiene la trilogía de Indiana Jones (el tiempo lo dirá), pero si nos fijamos exclusivamente en las propiedades y características intrínsecas de cada una de ellas, si queremos ver defectos en una, los podremos encontrar también en la otra. Idem para las cualidades.

La maldición de la perla negra, una aventura sobre los piratas y la iconografía de su leyenda, bañada en tintes siniestros a la vez que bufonescos, nos trasporta a un mundo en el que el mar y quienes lo pueblan dan vida a un universo con el cual soñar. Como en un libro de Stevenson, como en el buen cine de aventuras, lo importante es dar espectáculo, un espectáculo con alma.
publicado por José A. Peig el 10 mayo, 2007

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