Sunshine
Lo peor que te puede pasar en una película americana es que te salven la vida. Es una situación denigrante que los espectadores padecemos sin protestar, sesión tras sesión. Al héroe no le basta con quitarnos la chica, no le basta con llevarse su subidón de adrenalina, ni con despacharse al malo o quedarse con el tesoro. Ni siquiera le bastan los seis euros de la entrada, tenemos que darle las gracias. El malo tiene un arma que va a destruir el planeta y si salimos vivos de la sala es gracias a él, al bueno. Hace tiempo pensé en crear una plataforma para defender la eutanasia de los espectadores. El lema sería algo así como: “No queremos que nos salven más películas. Queremos que nos dejen morir en paz”.Sunshine trata de una expedición que viaja a un sol en extinción para reactivarlo con una bomba, y aunque lo parezca, no pertenece al género de salvadores-petardos del que estaba hablando. Los tripulantes no son héroes y no hace falta besarles el trasero. Dado que no se trata de una expedición de niños guays en busca de medallas, como la de Willis en Armageddon, resulta, cuando menos, bastante tolerable. También la hace tolerable el hecho de que pasen media película pensando como salvarse ellos, y no como salvarme a mi. Tienen que tomar decisiones drásticas, sacrificar vidas, elegir quien se queda y quien se muere porque hay un traje para uno, u oxigeno para pocos. La sensación de vulnerabilidad es tremenda a la escasa distancia que les separa del sol. Sus vidas penden de un hilo que cada vez se hace más delgado. Y detrás de la necesidad de salvarse está la misión: si fracasan se acabó La Tierra.
El acierto es, sin duda, la premisa argumental que dispara la importancia de cada paso. El fallo es, para mi gusto, ese quinto personaje que se sale de la lógica para evocar una trascendencia que siempre resulta tan arriesgada. No es fácil conseguir evocar el más allá, como demostró “2001”. Y no es fácil porque, si quieren saber mi opinión, yo diría que “2001” tampoco lo consiguió.