Una película, en fin, tan bienintencionada como suavona, inocente, aséptica y sosegada. Una película que no aburre, que se ve sin desagrado y que se olvida a los dos minutos de salir del cine.

★★☆☆☆ Mediocre

Tu la letra, yo la música

Bromeaba Hugh Grant, en la presentación de esta película ante los medios de comunicación, acerca de su papel en la misma: “Estaba un poco borracho cuando lo acepté.” No sabemos qué hay de cierto y qué de exagerado en tamaña afirmación, pero lo cierto es que el bueno de Hugh le ha echado un par a la hora de interpretar a esa ex estrella poppie de los ochenta venida a menos.

Los peinados, los modelitos, los bailes y la cutrez de su vida artística en el siglo XXI resultan de lo más patético y a la vez entrañable que hemos podido ver en una pantalla de cine en los últimos años.

La verdad es que sólo por eso, por el personaje de Grant, merece la pena ver la película. Por eso… y por poco más. El personaje alocado de Drew Barrymore, en la línea de las grandes destroyers románticas de la historia del cine, fieras de mi niña y alrededores, no aporta nada nuevo a un tipo de personaje más manido y sobado que el busto de Ava Gardner. El personaje de la hermana de Drew, sin embargo, sí resulta de lo más gracioso, tan mujer dominatrix como alocada fan histérica.

La historia y la trama, tan bien construidas como livianas en su crítica a las grandes divas de la música actual, Cristinas Aguileras y Shakiras mayormente, son de guante blanco: un músico sin inspiración y una chica cualquiera que pasaba por allí y le ayuda a componer una canción para la gran estrella del momento: Cora, que la destrozará convenientemente, buscando el éxito inmediato y el reconocimiento de unos fans que, pasando de música, sólo quieren ver bailar a la estrella.

Y surge la chispa entre el músico y la chica, y se embelesan, y se enamoran y… bueno, creo que cualquier lector sería capaz, sin haber visto la película, de anticipar prácticamente todo lo que pasará hasta que llegan los títulos de crédito. Desde luego, si el lector viaja habitualmente en autobús, ya sabrá más que de sobra qué le espera con esta “Tú la letra y yo la música”, un perfecto ejemplo de cine para ver en un avión, o en casa, un domingo de invierno por la tarde.

Cine blando, cine sin aristas que provoca la risa con algunas réplicas ácidas del personaje de Hugh Grant y la sonrisa con su liviana crítica hacia el modelo actual de cultura del espectáculo en que nos movemos, tele-realidad-basurera incluida. He echado de menos, eso sí, algunas tomas exteriores más de Nueva York y sus calles y sus cafés, del Madison Square Garden y demás. ¿Demasiado poco presupuesto?

Una película, en fin, tan bienintencionada como suavona, inocente, aséptica y sosegada. Una película que no aburre, que se ve sin desagrado y que se olvida a los dos minutos de salir del cine.
publicado por Jesus Lens el 18 abril, 2007

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