La flauta mágica
Vaya por delante que aunque he visto varias óperas, no soy la fan número uno de Teresa Berganza, que me sé todas las letras de ‘Un pinguino en mi ascensor’ y ninguna de las arias de Cosí fan tutte . Aunque tampoco soy profana en el tema, que yo conocía a una chica que pasó años pensando que Pavarotti se llamaba Tutto.Hecha esta confesión, puedo decir que La flauta mágica, la adaptación al cine de la más célebre ópera de Mozart, me aburrió hasta la saciedad. El maridaje entre ópera y cine es complicado y en el caso de esta película es tedioso. Aunque el precedente del director es la muy superior Hamlet, que duraba casi cuatro horas, en este filme casi se alcanzan las tres horas de duración y el trance, dista mucho de ser llevadero.
El principal problema que le ví fue el elenco. No todos los intérpretes de ópera son grandes actores, salvo honrosas excepciones como el Otelo de Plácido Domingo. Este hecho, quizá pasa más desapercibido en el patio de butacas de un teatro -si la butaca es de las baratas, de las de escasa visibilidad- pero en primer plano no hay quien lo resista. Los cantantes despliegan una serie de gestos y muecas que más parecen merluzos que soldados de la Primera Guerra Mundial.
Otro fallo es que la historia original -bastante tontorrona en mi humilde opinión, aunque dios me libre de criticar a Mozart- no está llevada con ritmo ninguno y sólo se despierta del sopor en momentos puntuales como el dúo de Papageno y Papagena y el aria de la Reina de la Noche. Los escenarios que sitúan la acción en la Primera Guerra Mundial son teatrales y de lo más relamido lo que no contribuye a mantener el interés y visualmente resultan atroces en pantalla.
Aunque admiro la osadía de Branagh, capaz de atreverse sin pudor ninguno con cualquier clásico que le pongan por delante, sabiendo de antemano que los adeptos del original le van a lapidar. Bien sean sus adaptaciones de Shakespeare, el Frankestein de Shelley o en este caso, la sobrepedante, soporífera y megalómana flauta.
Lo mejor: La partitura, brillantemente interpretada.
Lo peor: Sus pretensiones.